Tan pronto subieron al carro fúnebre el cadáver de aquel viejo amigo, se abrió en mi cerebro la compuerta de los recuerdos; como en el poema de García Lorca: se apagaron los faroles/ y se encendieron los grillos/. Él, cerró los ojos; a mí, me aturdieron los grillos de la memoria. La insistencia del grillo no deja dormir las personas mayores, de sueño ligero; a los jóvenes la uniformidad del sonido les aletarga. El grillo preludia un sólo monótono/ en la única cuerda que está en su violín, escribió Rubén Darío en Sinfonía en gris mayor, una composición de 1891.
La memoria, una vez echa andar, enlaza un suceso con otro y va tejiendo una colcha que nos arropa completamente. Recordamos, por supuesto, las virtudes del amigo fallecido; también sus chistes, manías y fobias. Al no tenerlo más entre nosotros caemos en la cuenta de que los seres humanos son entidades enterizas. Para gozar de virtudes y talentos, estamos obligados a aceptar o tolerar defectos, grandes o pequeños. Tuve un amigo, afectuoso e inteligente, empeñado en que yo fuera propietario de una cabaña en medio de un bosque de pinos. Esa cabaña serviría para que yo escribiera un libro, acompañado únicamente por el ruido nocturno de cigarras y grillos.
Mi amigo no sabía exactamente el tema de ese libro hipotético; pero, como lo escribiría yo, su entrañable amigo, tendría que ser un libro excepcional. – ¿Con qué dinero compraré la tierra y construiré esa cabaña de la que hablas? le dije. La tierra será un obsequio mío; me sentiré satisfecho de haber contribuido a facilitar tu carrera literaria, afirmó sonriendo. – ¿Ves aquel cerro? lo he bautizado con el nombre de Santa María de la Soledad. Ahí podrás escribir el libro que deseas, sin que nadie interrumpa tu trabajo. Recordar esta generosa oferta de cesión me conmueve todavía, a pesar del tiempo transcurrido.
Nunca hubo tal donación de terreno; la cabaña para escribir ni siquiera llegó a ser diseñada. Jamás se trazó un plano. Pero conversamos muchas veces acerca del lugar preciso donde debería ser construida. Explicaba que, al amanecer, el sol echaría luz colada a través de pinos. Ciertos días puedo escuchar los grillos.