Silvio Berlusconi ha dicho que Italia es un país de mierda. Añadió que estaba harto de un país que me enferma. Italia es la nación donde Berlusconi ha amasado fortuna; además, él es Presidente del Consejo de Ministros esto es, Primer Ministro de Italia, un jefe de gobierno. La riqueza, la influencia política de Berlusconi, están asentadas sobre medios de comunicación. Esta declaración es cuatro veces truculenta: no encaja en un hombre acaudalado, con mansiones en Cerdeña y otros lugares de Italia; ni cuadra con un propietario de variados órganos de comunicación social; ni con las maneras usuales de un Jefe de Estado. Por último, de ninguna manera Italia puede ser rotulado un país de mierda.
Los italianos tienen sobrados motivos para estar orgullosos de su historia y de su cultura. En Italia hay acumuladas más obras de arte que en cualquier otro país de Europa. En museos, iglesias, palacios, se conservan pinturas y esculturas maravillosas. Los frescos de Siena o de Asís son hitos de la historia del arte pictórico universal. Florencia es una ciudad donde confluyeron personajes centrales del Renacimiento. Con sólo entrar en la iglesia de la Santa Croce, cualquier italiano común siente asombro ante la genialidad de algunos hombres nacidos en la Toscana.
El pensamiento político moderno parte del florentino Maquiavelo. Los métodos científicos occidentales tienen deudas con Galileo, inventor del telescopio; la música, la poesía, la literatura, no pueden reseñarse adecuadamente sin contar con la gente que habitaba la península itálica desde la Edad Media. No hay que remontarse al antiguo imperio romano, ni mencionar a los escritores clásicos latinos, aunque ambas cosas formen parte de la herencia cultural de los italianos de hoy. Basta con los méritos de la Italia industrial moderna.
En la bella lengua italiana, que empezó con el Dante y la Divina comedia en el trecento, se han dicho y escrito frases y pensamientos memorables, agudos, hermosos; también groserías, improperios y vulgaridades de todas clases. Se afirma que las lenguas romances aguantan montones de malas palabras y necedades. Las de Berlusconi deberían grabarse en bronce para colocarlas en una placa en la Galería de los Oficios; de ser posible junto a las pinturas de Sandro Botticelli.