A PLENO PULMÓN
Guerra en el corazón

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“La guerra civil en el corazón” es el título de un ensayo publicado por la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña en 1993; aparece en el apéndice de mi libro “Un ciclón en una botella”.  En ese escrito intento aclarar algunas visiones esquizoides de la autopercepción racial de los dominicanos; y propongo la “aceptación plena de nuestra bipolaridad racial”.  Termino abogando por “un programa de acción colectiva que borre del corazón la guerra civil.  Que empuje nuestros hombres interiores  -el negro y el blanco- hacia una colaboración”.  A lo largo de dicho ensayo trato otros problemas de la cultura dominicana, entre ellos la frágil cohesión de grupos y clases.

No hay cosa peor para una sociedad que la guerra civil. Las guerras civiles, como es sabido, siempre se pierden.  A diferencia de las guerras internacionales, que pueden ganarse o perderse, las guerras civiles son derrotas totales que emponzoñan durante décadas a los pueblos que las sufren. 

En el caso de España, cuya contienda civil acabó en 1939, acarreó una dictadura que concluyó 36 años más tarde.  El juez Baltazar Garzón puede considerarse “una víctima tardía” de esa espantosa guerra intestina. Un trozo del ensayo, titulado: “Personalidad fracturada”, dice: “La guerra civil que llevamos en el corazón la podríamos trasladar a la sociedad, e impedir así la integración, la cohesión o el acuerdo, de grupos y clases en una nación en plenitud”.

 Me aterra pensar que tengamos la ligereza de caernos a tiros, “a la primera de cambio”, sea por razones partidaristas o por “ventajas burocráticas de tipo político”.  Tantas cosas marchan cojas en la República Dominicana, que no es una “idea delirante” pensar en posibilidades como esas.  Los partidos políticos mayoritarios siguen sañudamente enfrentados tras el cierre de un “proceso electoral”.

 Las grandes potencias suelen colocar a los pequeños países en una especie de aplasta-fritos.  Ese es hoy el caso de Siria.  Rusos, chinos, norteamericanos, forcejean allí por motivos ajenos a los de los habitantes de Siria.  Eso ha pasado antes en Hungría, en Checoslovaquia.  Pensemos en nuestra proximidad con Cuba y en la de Cuba con La Florida.  Con el avispero de Haití tenemos suficiente.  Un “reperpero civil” y seriamos, automáticamente, “socios” del club libanés-sirio-palestino.

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