A PLENO PULMÓN
Hablar disparates

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Hace veinte años todo el mundo conocía un merengue cuya letra decía: “No hay cosa más mala / que morir quemao;/ y yo por tu amor/ muero achicharrao./” La perspectiva de “morir quemao” –una tortura infernal-, podría ser afrontada por amor.  Un viejo amigo, frente a un semáforo, desde su automóvil, gritó una sentencia contraria: “No hay cosa más buena/ que hablar disparates”.  Me reprochó que escribiera sobre cosas serias, terribles, preocupantes.  Un hombre con buen humor no debe hacer eso.

El caso es que recibí una invitación para acudir, el próximo jueves, a una barra bien provista de comestibles y “bebestibles”, a pasar tres horas hablando disparates.  Ese amigo suele usar el disparate en forma “parabólica”. Afirma que los “entuertos” que intentaba corregir don Quijote jamás podrán erradicarse de la convivencia humana.  Al “ingenioso hidalgo” cervantino, a pesar de su mucho ingenio e indudable hidalguía, hubo que convencerle –mediante disparates caballerescos- para que regresara a la casa y muriese en su cama, no aporreado por algún pastor.

El bachiller Sansón Carrasco, disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, logró el milagro de que “el juicio” retornara a la cabeza de don Quijote.  Sostiene mi amigo que hablar disparates “libera psíquicamente”, estimula la creatividad intelectual, favorece el sueño, la digestión.  Opina que un par de copas de jerez “aceitan” la “disparatera”, tanto en su porción arbitraria e irracional como en la parte sensata y práctica.  La “ventilación” cerebral producida por un albariño te lleva a “disparar” disparates; también a decir “párate ahí”, que ya está bueno.  Naturalmente, para digerir las enseñanzas de una sesión “disparatária” se requieren aceitunas górdales, queso manchego, jamón ibérico, pan con ajo, aceite virgen. 

El disparate literario es sólo un aperitivo; después vienen disparates cosmológicos acerca del Big-Bang y los hoyos negros misteriosos del espacio. ¿Son cónicos? ¿Cilíndricos? ¿Acampanados? ¿En forma de reloj de arena?  Luego disparates risueños sobre la juventud de los años sesenta.  Finalmente, con un buen orujo de hierbas delante, ejercitados ya con disparates de “alta tecnología”, caeremos en los “disparates políticos”.  Esa clase de disparates son progresivos y regresivos, bipolares o ambivalentes; según  dice mi amigo, desde arriba  tienen sentido y lógica; únicamente desde abajo son ininteligibles.

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