A PLENO PULMÓN
Hombre lobo forzoso

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A casi todos nos gustaría “no morir”; pero es una pretensión absurda; no tenemos más remedio que ir viviendo nuestros contados días “mientras Dios lo permita”.  Disfrutar de pequeños gozos, de satisfacciones mínimas, pasan ya por triunfos importantes.  Este mundo “desarreglado” de hoy no deja espacio para grandes esperanzas.  Han de ser diminutos gozos,  pequeñas satisfacciones.  No todo el  mundo atesora –como Martí- versos maravillosos en el alma para “echarlos” antes de morir.  Debemos hacer de prisa las tareas rutinarias, domésticas y laborales, que nos atan a la servidumbre de nuestras familias.  A toda prisa, pues siempre nos persigue una jauría.

La jauría no siempre es de perros.  Sentimos detrás de nosotros los bocinazos de impaciencia del que quiere llegar a una cita; la sirena de la ambulancia que lleva un enfermo grave; el desafiante “quítese del camino” de un delincuente engreído; el escándalo abusivo del “franqueador” de un funcionario público.  La inseguridad general contribuye a que estas molestias, normales en cualquier ciudad, produzcan mayores tensiones.  ¿Podemos confiar en la policía?  ¿En los tribunales de justicia?  Ni siquiera podemos estar seguros de la impotencia de un criminal “reducido a prisión”.  Desde las cárceles se hacen negocios, se concertan asesinatos, se organizan fiestas y orgías.

El habitante indefenso de nuestras ciudades puede inclinarse a la “reflexión filosófica”  -incluso a las plegarias religiosas-, a fin de encontrar fuerzas para sobrevivir en medio de lobos; para no perder el equilibrio psíquico, para no intentar combatir lobos con sus propios métodos sangrientos.  Pero no es dable esperar en todos los casos una conducta racional.  La gente, desesperada, decide a veces defenderse con cualquier arma disponible.  De garrotes, cuchillos, escopetas, hemos pasado a gas pimienta, pistolas, subametralladoras.

Un ciudadano intranquilo hará, finalmente, lo necesario para dormir en paz.  Hastiado de inútiles enrejados, “guachimanes”, alarmas, ese ciudadano tendrá que organizarse colectivamente para resistir y subsistir.  Eso está ocurriendo con numerosas juntas de vecinos.  Es obvio que ya no se resignan a ser víctimas en toda ocasión.  Las “autoridades” no les protegen; pero predican: “nadie debe tomar la ley en sus manos”.   A media noche, cuando la ley está “en malas manos”, corremos el riesgo de convertirnos en “hombres lobos” sin desearlo.

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