Hubo un tiempo en que los periódicos dominicanos tenían que explicar qué cosa era un sicario. Aclaraban que sicario es el nombre que debe aplicarse al asesino a sueldo, al criminal que mata por paga. Con este deshonroso título se referían a un antiguo agente de espionaje llamado Carlos Evertsz Fournier. A pesar de ser hombre con larga experiencia en el mundo de las delaciones y delitos encubiertos, Evertz Fournier fue asesinado. Acostumbrado a jugar una pelota muy caliente, no pudo evitar la muerte que, en su caso, fue ruidosa y no callada como reza el poema de anónimo sevillano.
La muerte a tiros, explosiva y dramática, provoca la intervención de la policía, del médico legista, de fotógrafos y periodistas. No hay modo de no saber cómo murió aquel sicario de segundo orden. Esto hizo evidente que el hombre común vivía en desamparo absoluto, en riesgo continuo de ser aplastado como un insecto. Años después de morir Evertz, empezó a hablarse de sicariato, un sustantivo colectivo. En Colombia existía entonces una corporación, un gremio de asesinos que ofrecía sus servicios en el mercado. Políticos, delincuentes, empresarios, amantes despechados, podían resolver diferencias y frustraciones a tiro limpio, con tarifas estables.
Más tarde se supo que había también una virgen de los sicarios, a la cual se encomendaban los del ramo cuando estaban en apuros. Esos requerimientos insólitos de la tutela de María de Nazareth alcanzaron éxito literario y televisivo. En los últimos tiempos los actos criminales se han centuplicado. Se estima que la matanza de Paya es un hito, un punto de partida para definir un periodo de la vida social dominicana: el de la pérdida completa de la seguridad ciudadana. Figueroa Agosto y Sobeida Félix significan otra vuelta de tuerca sobre el mismo tornillo. El coronel González González, de 40 años, en retiro, murió baleado el día de Nochebuena.
La temperatura del horno colectivo es ahora muy alta. El jefe de la Policía Nacional ha dicho que la muerte del oficial era de esperar y se veía venir. Gran parte de la población dominicana no tiene fe en las autoridades: policiales, militares, judiciales, penitenciarias. Los horóscopos son confusos; no sabemos qué esperar; nada bueno vemos venir.