A PLENO PULMÓN
Hoyo negro literario (4)

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–La ciudad está llena de rumores, Lucinda; dicen que abrirán zanjas otra vez para cambiar las tuberías de agua; pican las aceras para hacerlas de nuevo.  “El gobierno es el gobierno, no averigües”, repetía mi marido a cada momento.  Dizque hay un funcionario que se ha robado “un dinero largo”.  –¿Y de qué largo es ese dinero, amiga mía?  Actualmente dos o tres millones no son cuartos.  ¿Será verdad que en la ciudad colonial hay muchos ladrones, comadre?  –No te puedo decir gran cosa; hace veinte años que salí de casa de mis padres.  Pero lo vamos a saber el sábado, cuando visitemos a Pretexta.

 Acerca de estos “runrunes” hablaban todos los días Espelucinda Piñeyro y su comadre Amantina Jiménez.  Fuera en el supermercado, en la calle o en la casa, siempre iban a parar a lo mismo.  –Está bien, Lucinda, nos encontramos allá el sábado.  “Las mujeres hablan sin parar” era frase favorita del corrector de estilo Moisés de la Tinta.  Él “reproducía” con fidelidad comentarios de las dueñas de la pensión donde vivía.  Yo  tomaba notas de las expresiones graciosas y de algunas curiosidades del lenguaje vernáculo.  “Malas costumbres de reporteros” impulsan circulación de chismes, decía.

 Cuando Lucinda y Amantina llegaron a la zona colonial eran las diez de la mañana.  Se aproximaron a la puerta de la casa de Pretexta.                –¡Cuantas flores tiene esa privilegiada de la fortuna!  ¡Mira qué trinitarias, Lucinda!  Tocaron repetidas veces con el resonador de argolla, después probaron con el timbre; y no respondían del interior.  ¡No hay nadie aquí! gritó Amantina –No puede estar durmiendo todavía.  –Este lugar parece un ensueño, Amantina.   –No toquen más, que ella no abrirá. Las mujeres voltearon la cara asustadas.  Desde la ventana enrejada les hablaba una desconocida con bata de flores amarillas.  –Ella afanó mucho en el jardín; la vi en eso bien temprano; debe estar adentro.   Lleva varios meses sin abrir.

 –¿Qué le pasa a ella?  –No quiere salir por los ladrones; pero trabaja continuamente en la oficina; cuando entorna las ventanas puedo verla leyendo.  –Perdonen señoras, interrumpió un cartero corpulento ¿podrían entregarle este sobre a la dueña de la casa?  Es una correspondencia devuelta.  Díganle que la trajo Campana.

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