A PLENO PULMÓN
Hoyo negro literario (7)

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“Como sabes, Gerardo, nunca pensé quedarme en Santo Domingo; pero después de la muerte de mi esposo vine a “tomar posesión” de la casa de mis padres, que me tocó en herencia;  un caserón del siglo XVI.  Mi hermano lo había alquilado a una pareja de homosexuales ingleses que montaron un restaurante.  En poco tiempo fueron a la quiebra; dejaron la casa con las instalaciones arruinadas y el patio lleno de yerbajos.  Cuando llegué de los EUA llevaba seis meses desalquilada.  Me propuse acondicionar la vivienda donde había pasado mi infancia.  Salí a pasear por las requeteconocidas calles viejas, fui a visitar iglesias; quise saber qué había sido de los jóvenes que asistieron conmigo a la escuela primaria”.

“Empecé por reparar las tuberías de agua corriente; anclé en las vigas abanicos de techo con largos bajantes; hice limpiar y desinfectar un aljibe enorme sobre el cual instalé una bomba aspirante, que surte las duchas y mangueras cuando no hay suministro desde las acometidas de la calle. 

Yo misma, con ayuda de un jornalero, remocé el patio.  Resembré de nuevo plantas parecidas a las que tenía mi madre.  Todos los días me levanto temprano, limpio los dos patios, uso la regadera, podó las ramas que estorban el paso”.

“Me arrodillo en los arriates a trabajar bajo el sol hasta las diez de la mañana.  Un largo baño, al que  “me someto” gozosamente, me hace sentir feliz el resto del día.  Los vecinos espían continuamente lo que hacemos dentro de la casa.  Mi sirvienta Dorila dice que soy “atracción taquillera”.  Uno de los patios es visible para cierta señora que llamo “la mujer periscopio”.  En Barcelona, quizás, no tengas servicio doméstico.  Aquí lo tiene casi todo el mundo porque el desempleo es enorme.  Dorila lava la ropa, limpia la casa, friega los platos, cocina.  Yo preparo el desayuno y hago mil pequeñeces”.

“Al saber cuánto sufrieron algunos de mis condiscípulos en la época de Trujillo   –mientras yo vivía cómodamente fuera del país-, me empeñé  en que los viejos me contaran historias de aquel tiempo.  Luego me puse a estudiar opiniones contradictorias de nuestros historiadores.  A veces, arrodillada en el jardín, lloro al pensar en sus dolorosos destinos”.

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