A PLENO PULMÓN
Inconformes neutralizados

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Inconformes neutralizados

La inconformidad penetra en el alma de la gente igual que la herrumbre en los metales; tiene la particularidad de “extenderse” como el comején por caminos inesperados.  El oxido corroe el metal y lo transforma; le cambia el aspecto, la consistencia; incluso puede destruirlo.  El comején invade troncos de árboles, viviendas; y en ocasiones consigue derribarlos.  Lentamente, la inconformidad socava el equilibrio de personas, grupos, clases sociales. La inconformidad, una vez se generaliza, puede acarrear trastornos políticos pasajeros, lo mismo que ser motor de cambios históricos trascendentes.

El hombre de nuestro tiempo está profundamente ligado al mercado; actúa como una pieza más de la organización económica.  Trabajo y producción, distribución y ventas, publicidad y mercadeo, son engranajes de persuasión o coerción que nos atan al consumo.  Somos “consumidores” antes que ciudadanos y “entes de razón”, como se decía en el siglo XIX.  Ese es el motivo de que sea tardía y cuesta arriba la acción de la inconformidad.  Los inconformes murmuran sus disgustos, rumian quejas; y no hacen nada.

Hasta que un día no pueden aguantar más, pierden el comedimiento, olvidan las conveniencias inmediatas, y dejan correr el descontento.  Primero aparecen “unos pocos ilustrados ilusos”, después el grupo atrevido abarca clases sociales enteras, y, por último, entra todo el mundo.  Entonces se vuelve una moda “expresar protestas”.  Hoy la mayor parte de los llamados “hombres normales” son personas que no protestan; creen en Dios, pero no rezan a menudo; no echan pestes “para no perder el tiempo”.  Vivimos una época en la que ni siquiera los revolucionarios tienen fe en los cambios sociales.

Los motivos para la inconformidad son muchos.  La vida en cualquier ciudad del mundo es fatigosa, llena  de pequeños inconvenientes cotidianos: la congestión del  tránsito de vehículos, la contaminación ambiental.  Hay ciudades donde la delincuencia reinante destruye la seguridad de los ciudadanos.  Algo semejante parece estar ocurriendo en México; existen países donde las marrullerías de los políticos han producido decepción y descreimiento colectivo.  En Rusia, de un modo, en Italia de otro; en América Latina con diversos matices, la inconformidad social abate los ánimos.  ¿Podemos esperar que no suceda nada en el mediano plazo? Pensadores, politólogos, “mercadólogos”, historiadores, pronostican disturbios profundos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas