A PLENO PULMÓN
Intemperie espiritual

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 El famoso razonamiento del loco que escapó del Hospital Padre Billini y subió al púlpito de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, es ahora un aforismo filosófico compartido por estudiantes, profesionales, políticos, hombres de negocios.  Se dice que el loco corrió en bata y se ocultó en el púlpito; los enfermeros entraron a la iglesia para atraparlo; entonces el loco sacó la cabeza del púlpito y dijo a los feligreses: “si hay Dios, no hay diablo; y si hay diablo, no hay Dios”.  Concluyó su sermón afirmando: “ni Dios, ni diablo, ni la trompa del gallo”, al tiempo que levantaba la bata y enseñaba los genitales al público. 

 En nuestro tiempo hay millares de individuos para quienes la vida carece de sentido o finalidad.  Muchos de ellos no respetan ninguna norma, regla o mandamiento, en lo tocante a la familia, al trabajo o la sexualidad. Hace treinta años era frecuente encontrar personas que daban a sus vidas un estricto carácter misional.  Se imponían tareas de difícil cumplimiento: curar enfermos, atender desvalidos; no siempre eran religiosos, monjes de una congregación piadosa. Muchos padres enfrentaban la educación de los hijos con el mismo celo misional de un anacoreta; sentían  viva “conciencia del deber”.  Había gentes que “dedicaban” sus vidas a la investigación científica, a la enseñanza.

 Practicar un oficio con orgullo y seriedad, también era frecuente; zapateros, plomeros, albañiles, tenían auto-exigencias; se complacían en “el trabajo bien hecho”.  El juramento de los trinitarios contiene tres instancias de respeto que han perdido el vigor de antaño: “En nombre de la Santísima, Augustísima Trinidad de Dios omnipotente, juro y prometo por mi honor y mi conciencia…” Además de Dios, había el honor caballeresco y la conciencia de los filósofos modernos.

 Jóvenes adictos a narcóticos declaran abiertamente que “harán con su cuerpo lo que les dé la gana”; que para conseguir cocaína o heroína son capaces “de cualquier cosa”.  Consideran que vivir sin reglas es una “liberación de las costumbres burguesas”, de “las supersticiones religiosas”.  Sin obligaciones con el contorno social o familiar estos jóvenes sobreviven en la intemperie espiritual: sin Dios, ni diablo, sin honra, sin honor; no perciben que sus vidas carecen del sostén de un argumento.

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