A PLENO PULMÓN
Intervención directa

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–Hay días en que amanezco con ganas de llorar; mi vecino dice que son depresiones de viejos que se resuelven con “un buen petacazo de whisky”.  Además de ser vecino, Nepomuceno es mi compañero de juego en la mesa de dominó, todos los sábados.  Jugamos en la calle, justo en la esquina “por donde nunca doblan los carros” en la ciudad colonial.  Lo que no sabe Nepomuceno es que otras veces me dan ganas de caerles a pedradas a los que pasan por nuestro barrio.  Son vendedores de drogas, chulos de ocasión, grabadores de conversaciones; algunos, que conozco bien, trabajan como “policías secretos”.

–Ninguno de estos tipos ha cumplido nunca con un “horario de oficina”.  No saben qué cosa es una “obligación familiar o un compromiso de pago”.  Se acuestan y se levantan a la hora que les da la gana.  Lo único que pagan es la comida y la cerveza… porque no les dan crédito en el colmado, ni tampoco las mujeres “que distribuyen cantinas”.  Estos “vividores” deberían ser fusilados sin juicio.  Por culpa de ellos esta zona se ha degradado.  Yo tuve que trabajar, durante treinta años, para que me dieran esta ridícula pensión con la que tengo que “cubrir mis necesidades”.

–Yo sé muchas cosas de las edificaciones de la época colonial, de las iglesias y casas señoriales; podría servir de guía a los turistas que vienen aquí.  Mis maestros me enseñaron lo esencial de la historia de esta isla desdichada.  Pero estos sujetos se han adueñado de los turistas. No saben nada del gobernador Ovando, ni de la vida del primer almirante don Cristóbal, pero conocen muchos homosexuales y lesbianas de la zona y “los ofrecen” a los turistas.  No puedo competir con tantos alcahuetes y traficantes de cocaína.  De no existir esta horda de malhechores, quizás yo pudiera mejorar mis ingresos.

–Los periodistas sólo escriben tonterías acerca de los encantos de “pubs” y restaurantes de la ciudad vieja; o sobre tiendas que venden “souvenirs” y objetos artísticos; la mayor parte de esos cuadros y tallas en madera vienen de Haití.  Perdone que le aborde y le cuente algo que no esperaba oír.  Los viejos que vivimos aquí “no tenemos dolientes”.

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