A PLENO PULMÓN
Intrahistoria local (5)

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Rafael Herrera, director del “Listín Diario” hasta su muerte en 1994, fue un compulsivo fumador de tabacos.  Alrededor de su mesa de trabajo siempre había cigarros puros “a medio quemar”.  Algunos periodistas opinaban que los consumía más rápidamente por el extremo donde mordía que por la punta en que los encendía, una y otra vez.  A pesar de ser persona muy respetada, incluso por los empleados de talleres, Rafael Herrera era objeto de chistes cordiales.  El “come y fuma tabaco al mismo tiempo”, decía un emplanador del “paste-up”.  Circuló también la historia de que cierto día pidió a la cafetería del periódico unos tabacos.  Dejó un “vale” que decía: 14 herreras, firmado tabaco.

No sé cuánto de verdad haya en esto último. Podría ser “una exageración” inventada a partir de sus frecuentes “distracciones”.  Era hombre capaz de profundos ensimismamientos a la hora de escribir los editoriales.  Sea cierto o no, el caso es que en ocasiones él mismo generaba situaciones cómicas.  Durante los primeros meses de la instalación de las máquinas del “Listín Diario” anduvimos juntos en un carro pequeño, de la marca “Austin”, haciendo “diligencias” relacionadas con el periódico.

 Un técnico especialista en soldadura nos dijo que no quería romper el gozne de una puerta de acero, en el patio del edificio, herencia de antiguos inquilinos.  Pretendía instalar allí un ascensor para subir al segundo piso las bobinas de papel, que se almacenaban en la primera planta.  Un montacargas llevaría los rollos hasta el ascensor. Nos rogó compráramos una lata de “aceite penetrante”.  Al salir del periódico, acompañado por Herrera, me detuve en una estación de gasolina a comprar el aceite.

Herrera no salió del carro; esperaría unos minutos hasta que pagara  el aceite.  Cuando volví con el encargo, encontré a un jovencito agachado sacando el aire de las gomas; una de ellas ya estaba completamente vacía.  ¡Que pasa! grité.  –El señor me preguntó si podíamos cambiar el aire a las gomas; nos gusta complacer a los clientes, señor; pero en un momento estarán llenas otra vez.  Dentro del vehículo vi a Rafael Herrera amoratado,  ahogándose de la risa.  Para un aprendiz acostumbrado a cambiar aceites de motor, “cambiar el aire” es cosa fácil.

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