A PLENO PULMÓN
La ciudad entregada

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Las ciudades de hoy son antros de violencia.  La aglomeración humana, la lucha por sobrevivir, el carácter de la competencia económica, todo contribuye a que la violencia no cese en los grandes centros urbanos.  Los desempleados no se resignan a morir de inanición, a pedir limosnas.  Son “emprendedores” audaces; instalan negocios de alta rentabilidad y “peligrosidad variable”.   El transporte de cocaína se considera menos peligroso que venderla o consumirla.  El lavado de dinero sucio ha llegado a ser un “delito venial” en comparación con el narcotráfico.  El “lavado” parece ahora una actividad “de cuello blanco”.

Cada una de esas actividades tiene su puesto en las ciudades principales del mundo de hoy.  De la prostitución se dice: es “la profesión más antigua” y la que requiere menores “gastos de instalación”.  A una prostituta zalamera le basta con su cuerpo y una cama resistente; ya una mujer “trotera” ni siquiera necesita cama; puede ser agente libre del negocio de moteles.  El ciudadano común está obligado a convivir con maleantes de muy variados pelajes.  Se dirá que siempre ha sido así; que en todas las épocas “salieron pillos al camino”.  Y es cierto; pero no en el número apabullante que los hay actualmente.  No es lo mismo tener en la orina unas pocas bacterias que sufrir una invasión masiva de ellas. 

Agregue el lector la presencia y acción de los adictos a las drogas.   Jóvenes de todas las clases sociales, especialmente de los estratos más pobres de la población, se incorporan, cada vez en mayor número, al “ejército de maleantes” de cualquier ciudad.  No debe llamárseles “ejército de desocupados” o ejército de reserva, como en la vieja tradición marxista.  La mayor parte no volverá a trabajar nunca; muchos no desean ser empleados.  Ganan más y gozan más dentro de su actual régimen de “trabajadores intermitentes free lance”.

Ayer circuló la noticia de que en los últimos 18 meses han muerto 300 personas a manos de asesinos “por encargo”.  Los sicarios, en libre concurrencia, han abaratado el crimen y atemorizado los ciudadanos.  Los  recursos de seguridad privada, “guachimanes”, alarmas, circuitos cerrados de televisión, no son suficientes.  La inseguridad “es la norma”; la angustia domina “grandes núcleos” de habitantes desamparados.

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