A PLENO PULMON
La clase un cuarto

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Se ha dicho mil veces que la existencia de la clase media es una “bendición social”. Separa los muy ricos de los demasiado pobres.  Actúa como un “cojinete” político que muestra, todos los días, la posibilidad de progresar.  La clase media prefiere los métodos pacíficos; los desesperados pobres, sin solemnidad alguna, proclaman la “necesidad” de la sublevación.  En Haití, por ejemplo, no hay clase media. Hay unos pocos ricos – poquísimos – y una masa enorme de desempleados que despiertan sin saber “qué comerán al medio día”.

La inestabilidad política de Haití la atribuyen algunos sociólogos a la ausencia de una clase media.  Cuando un gobierno logra hacer crecer la clase media se estima que ha contribuido a reducir la pobreza; y, además, ha disminuido el odio hacia los ricos.  El colofón es que de este modo se quita presión a la “caldera social” y se evitan los grandes estallidos colectivos.  La clase media, desde luego, crece o decrece según soplen los vientos de la economía, esto es, el trabajo, la producción, la demanda de bienes, el valor de la moneda.

Hace unos días leí, en un viejísimo ejemplar del periódico El País, un artículo del escritor Mario Vargas Llosa.  Trataba de dos novelas españolas escritas en diferentes tiempos.  “Nada”, de Carmen Laforet, publicada en 1944; y “Las edades de Lulu”, de Almudena Grandes, que apareció en 1989.  Vargas Llosa señala, entre otras cosas relativas al estilo y a la eficicacia narrativa, que las mujeres españolas vivieron en atmósferas completamente distintas en esas dos novelas: la opresión de la dictadura; el “despegue” económico y la libertad política.

Hace unos días leí, en un viejísimo ejemplar del periódico El País, un artículo del escritor Mario Vargas Llosa.  Trataba de dos novelas  escritas en diferentes tiempos.

En uno de sus párrafos Vargas Llosa dice que en aquella época, 1944, […] “Solo hay ricos y pobres, y como en cualquier país tercermundista, la clase media es una delgada membrana que se encoge”.  La protagonista de la novela de Carmen Laforet “tiene ya medio ser hundido en esa mezcolanza popular donde se confunden trabajadores, pordioseros, vagos, parados, marginados, mundo que la espanta y al que trata de mantener a raya a base de feroces prejuicios y delirantes fantasías”.  En la República Dominicana a la antigua clase media le llaman ahora clase un cuarto. Una denominación inquietante.

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