Mientras los habitantes de las ciudades no se organicen para resistir, no será posible vivir decentemente en ninguna parte. Digo habitantes porque ya no somos ciudadanos, esto es, sujetos de derecho, con deberes y obligaciones de carácter cívico. Nada de eso; somos meros consumidores pasivos; vemos pasar las comparsas políticas arrancando pelos a los animales, flores a las plantas, dinero a las arcas públicas, libertades al hombre común. Los depredadores actúan a su antojo y se burlan de los nuevos habitantes consumidores, que alguna vez fueron ciudadanos, personas responsables de su destino. Esos políticos ya no son hombres de Estado, o lo que es igual, estadistas; son pseudócratas, lideres de cartón que imitan los gestos de los verdaderos gobernantes.
En esta comedia colectiva estamos tal para cual. Ni los habitantes son ciudadanos, ni los políticos son estadistas. Es una farsa comunitaria en la que todos compiten para lograr dos objetivos: ganar dinero y engañar al público. ¿Quiénes harán negocios más lucrativos? ¿Quiénes engañarán con mejores argumentos? En esto consisten los concursos publicitarios, económicos, proselitistas, que son hoy las campañas políticas electorales. No puede negarse que dichas actividades forman parte de la libre concurrencia en el mercado, como decían los economistas clásicos. Por eso pueden parecer democráticas y tener justificaciones teóricas, políticas o sociológicas.
Pero es un concurso viciado e injusto, de dudosa legitimidad; por sus resultados, en primer lugar; y porque la mayoría de los participantes acude al ring con un ojo tapado o un brazo amarrado. No hay equidad en el llamado negocio de la libertad, como dicen ciertos españoles de edad avanzada, algunos de ellos nostálgicos del franquismo. Financiar un proyecto político no es tarea al alcance de todo el mundo.
Resistir es oponer una fuerza a la acción de otra. Los miembros de la Resistencia Francesa, encabezados por el general DeGaulle, no quisieron rendirse ante la ocupación de Francia por tropas alemanas. Aun en este caso extremo -derrota por las armas- es posible resistir. La resistencia civil sólo es viable cuando los habitantes afirman la voluntad de volver a ser ciudadanos. Lo cual requiere entrenamiento, doloroso ejercicio. El premio que recibe al final la sociedad es modesto: vivir decentemente, sin conciencia sucia.