A PLENO PULMÓN
La conversión al revés

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Mi padre decía que había personas que se entregaban  a Dios después que el diablo no las quería.  Tipos de vida licenciosa descubren la “banalidad del mal” a medida que envejecen.  Cuando producen pocas hormonas masculinas, o son impotentes, “comprenden” el valor de la castidad, las ventajas de la prudencia, la frugalidad como recurso sanitario de la tercera edad.

 En tiempos remotos hubo individuos que “se retiraron del mundo”.  Cansados de bregar con pícaros a veces entraban a un convento.  El caso más sonado fue el de Carlos V, quien renunció a la corona de España y a la de Alemania y se metió en el monasterio de Yuste. 

Pero puede ocurrir la conversión al revés.  El sujeto tranquilo, “normal”, que nunca ha cometido fechorías y, de repente, decide “dar agua a beber”.  “De ahora en adelante no dejaré títere con cabeza; a todo el que se meta en mi camino, lo trituraré”.  Me han contado la historia de un abogado distinguido que declaró a un periodista: “ves ahí, esa mata de naranjas, en el fondo del patio, ahí enterré, hace cinco años, el “idealismo” que me inculcaron mis padres. Los dos murieron pobres”.

 “Yo no pasaré con fichas”.  Argumentaba que un hombre virtuoso como Américo Lugo escribió que las masas dominicanas de las ciudades están compuestas por “incestuosos, jugadores, alcohólicos, ladrones y homicidas”.  Ese “material humano” no es posible evangelizarlo “con mediano rendimiento académico”.   ¿A quién encierran por malversación de fondos? ¿Cuántos asesinos cumplen condena en las cárceles? ¿Existe algún político que sea pobre?

  En tiempos remotos hubo individuos que “se retiraron del mundo”.  Cansados de bregar con pícaros a veces entraban a un convento.  El caso más sonado fue el de Carlos V.

 Tanto el abogado como el periodista de esta historia – recogida en la calle El Conde – son dominicanos reales, “portadores” ambos de cédulas de identificación personal.  Su conversión al revés tuvo lugar después de prolongada contemplación de la impunidad, del atropello, del enriquecimiento ilícito.  Los jóvenes de nuestros días, desilusionados, sin esperanzas, no necesitan “enterrar el idealismo” en una suerte de sepelio simbólico.  El consumo de drogas, la criminalidad, el envilecimiento de la actividad política, constituyen la atmósfera en la que han crecido.  Solamente una educación rigurosa, el continuado buen ejemplo de los gobernantes, podría contener las conversiones al revés.  El diablo tiene demasiados agentes; y el infierno varias sucursales.

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