A PLENO PULMÓN
La habitación 308

A PLENO PULMÓN<BR>La habitación 308

Rubén Echavarría murió en noviembre 10 del año 2010.   Mientras vivió fue actor, dibujante, pintor y, sobre todas las cosas, cuentista.  Recibió un premio de “Casa de Teatro” por su cuento “!No ombe no, qué va!”.  Tuve la suerte doble de ser miembro del jurado que concedió aquel premio y de conservar su amistad durante varias décadas.  En 1994 me dedicó su libro “Sábado verde”, en cuyas páginas aparecen cuentos memorables.  Mencionaré solamente tres de ellos: “Santa Bárbara Mendoza”, lleno de gracia, humor, riqueza expresiva; un cuento que podría servir de guión para una película por su fuerza dramática, velocidad narrativa, contundencia visual.

El dolor humano, la pobreza resignada de los habitantes de zonas marginadas de la ciudad, se hace patente en las primeras frases de “Los sueños del viento”: “Esa linda mañana de enero, Pitágoras, el que alquila las piezas del barrio, me alquiló una por noventa pesos y me puso su nevera y su letrina a la orden”.   Un sólo brochazo verbal basta para ofrecernos un anchísimo escenario social.  La protesta o el horror quedan a cargo del lector; sin que el artista-escritor tenga necesidad de enarbolar un cartelón político. 

  “La noche del sol radiante” es un cuento alucinatorio.  Con elocuencia extraordinaria explica cómo la obscuridad puede a veces iluminarnos el entendimiento.  El protagonista del cuento, Eleazar Dolores Amarante, pelea con su esposa el día de los enamorados, sale de su casa y busca “dónde pasar la noche”.  Entra a un hotel llamado “El escorpión; se pregunta “cómo podía sostenerse un negocio tan pequeño a un costo de doce pesos el cuarto”.  Descubrió que dentro del hotel había “incontables dormitorios” y “centenares de personas”. “Eran todos extranjeros y al parecer no hablaban español”.

 La noche del 15 de febrero entró a otro hotel, contiguo a “El escorpión”: “El gato negro”; era más barato pero igualmente sucio y asombroso.  No había luz eléctrica; solamente velones en fila como para “alguna ceremonia”.  El día 16, en “la misma acera”, penetró a “El sol radiante” y alquiló la habitación 308.  Conoció así un desconcertante laberinto.  Toda la cuadra, alrededor del mercadillo, era el mismo hotel con distintas entradas.  Desde un inodoro oyó gritar: “garzón, vendo agua”. 

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