A PLENO PULMóN
La historia repetida

<STRONG data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2011/11/D6BB55E0-25EC-4515-8E21-37853C7501A2.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=293 data-eio-rheight=390><noscript><img
style=

Noriega: después de estar preso durante 22 años será extraditado de nuevo.  Volverá, en condición de presidiario, a Panamá, país que él gobernó una vez.  Mubarak: ya derrocado, fue “exhibido” ante el pueblo egipcio dentro de una jaula, como si fuese una fiera anestesiada. Gadafi: asesinado por jóvenes libios –en algunos sentidos beneficiarios de su régimen- cansados de 40 años de dominio absoluto.  Trujillo: acribillado a balazos, “paseó” muerto por la ciudad que llevaba su nombre metido en el maletero de un automóvil.  Hitler: murió en su propia madriguera subterránea; optó por el suicidio; necesitó cianuro de potasio, tiro de pistola y cremación.  Ninguna de las tres cosas modificó su biografía efectiva.

 Mussolini: terminó sus días colgado de cabeza en la calle, en una Italia arrasada por la Segunda Guerra Mundial.  Somoza hijo: dictador heredero de Nicaragua, murió despedazado por una bazooka, arma portátil anti-tanques.  Stalin: comisario de las nacionalidades, perseguidor de Trotsky, organizador de purgas dentro del Partido Comunista, hombre fuerte de la revolución bolchevique; su cadáver fue retirado del mausoleo de Lenin y enterrado fuera de los muros del Kremlin. Podríamos encontrar docenas de ejemplos parecidos en la historia antigua de Grecia, del imperio romano o en la América hispánica de ayer y de hoy.  Montones de políticos se aferran al poder, agarrados por dos ventosas formidables: la ambición y la megalomanía.

 La experiencia,  penosa y reiterada, no sirve de nada.  Cada político “estrena el mundo” y “picha su juego”.  Todos pretenden “ir a extra-innings”.  Para los hombres de Estado no existe ninguna cosa en el universo tan importante como mandar.  El perfeccionamiento del dominio consiste en controlar las vidas de los demás por medios sutiles, apenas perceptibles.  Para los políticos, dominar a otros es mucho más gratificante que el ejercicio de la sexualidad.

 El escritor norteamericano Erskine Caldwell afirmaba: “un buen gobierno es como una buena digestión: mientras funciona nadie le hace caso”.  Es indudable que sentir la digestión es indicio seguro de que algo anda mal en la barriga.  Digerir es una actividad automática; son involuntarios los  movimientos intestinales.  Pero lo más extraño de todo es que existan individuos a quienes no les importe que el gobierno sea malo o bueno.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas