A PLENO PULMÓN
La modorra tropical

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Cuando llueve mucho, la gente dice: “cayó agua que se acabó”.  Es una expresión hiperbólica; pero no es cierto que el agua “se acabe”.  Sigue lloviendo hoy, igual que ayer y anteayer.  Todo está mojado, “empapado” o inundado.  La lluvia, mirada desde lo seco, produce la consabida “modorra tropical”.  La bendición en agricultura puede ser  maldición en los barrios marginales.  Los habitantes de casas construidas en una pendiente, o al borde de un despeñadero, sufren lo indecible desde que empieza a llover.  Las calles sin desagües apropiados se vuelven intransitables.

Pero el calor “amaina”, provisionalmente, para el privilegiado que puede permanecer “en lo seco”.  Las mujeres de edad madura con “obligación de salir a trabajar” todos los días, también pasan malos ratos desde que llueve.  Las sandalias se les llenan de agua; al mojarse el pelo pierden el trabajo y costo del salón de belleza.  Las madres con hijos pequeños son aún “más vulnerables” en la época de lluvias.  Los atracadores, afortunadamente, disminuyen la frecuencia de sus tropelías a medida que sube el pluviómetro y baja el termómetro.  Quedan afectados por la “modorra tropical”.

“¿Usted se atreve a trabajar en un día tan lluvioso?  Eso me preguntó un transeúnte al verme salir de la casa.  Concluido ya mi trabajo en la emisora de televisión, un coordinador que miraba el cielo plomizo desde la recepción dijo sonriendo: “creo que con este tiempo lo mejor sería acostarse, largo a largo, a esperar que escampe”.  No respondí nada; tenía pendiente la redacción de un artículo para esta columna.  No había más remedio que sentarse a escribir.  Al concluirlo observé, a través del cristal del vestíbulo de mi oficina, unos niños que jugaban bajo la lluvia.

Tal vez sea saludable disfrutar de un baño en el aguacero, afirmé en voz baja; pero para eso necesitaba, por lo menos, un pantalón corto; tendría que ir a la casa; entonces me bañaría en el patio, donde nadie me viera. Chapotear en la calle está bien para niños; pero en un adulto sería visto como “una excentricidad”, en el mejor de los casos.  Me dediqué, finalmente, a la “contemplación del húmedo paisaje”.  La “modorra tropical” se había adueñado de mi ánimo.

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