A PLENO PULMÓN
La mujer del ungüento

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>La mujer del ungüento

Ella se crió viendo a su padre despachar medicamentos en la farmacia que heredó del abuelo.  Le gustaba sentir el fuerte olor de los anaqueles con “productos farmacéuticos”.  Todo lo contrario ocurría con el padre de su padre: decía que no había quien aguantara día por día esos olores tan penetrantes; se opuso rotundamente a que su hijo estudiara para boticario. Pero al morir “el viejo viejo” no hubo quien atendiera el establecimiento.  Entonces el nieto “se hizo cargo”; contrató un boticario y empezó a asistir al Instituto Profesional, contrariando los deseos de su progenitor.  El disgusto fue tal, que “la mujer del ungüento” tenía cumplidos 13 años cuando conoció a su abuelo en la funeraria.

Como la botica empezó con el bisabuelo, había muchos tarros con orlas doradas y letreros en latín; colocados en el tramo alto de los aparadores, eran adornos inútiles que atestiguaban la antigüedad de la farmacia.  A ella le gustaba patinar por las aceras de la calle; si un niño caía al piso patinando, y se golpeaba una rodilla, enseguida buscaba ungüento de mentol para “curar la magulladura”. Siendo adolescente frotaba las sienes de sus amigas con “ungüento fragante” para el dolor de cabeza.  Repetía: “la náusea se quita con ungüento verde;  se pone detrás de la oreja”.

 Con el tiempo ella se convirtió en una bella mujer “hecha y derecha” a la que perseguían muchos enamorados. El hombre que escogiera para casarse “estaría a salvo”.  Golpes, heridas, dolores de cabeza, náuseas, insolaciones, picadas de insectos, eyaculación precoz, para todo había recetas en su “ungüentario”.  El padre le confiaba la elaboración de jarabes para la tos, que requerían de absoluta precisión al mezclar los ingredientes activos.

 -¿Qué  ha sido de “la mujer del ungüento”? me preguntó un amigo de infancia.  Hacía la pregunta para averiguar si sabía algo acerca de cómo murió.  –Vi la esquela mortuoria, contesté.  Él vivió en la misma calle de ella durante veinte años.  ¡Claro que sabía más que yo!  Finalmente, explicó: -untó el pecho del marido con el ungüento “que daba valor”; él  desafió a un coronel de Trujillo; lo mataron en cinco minutos.  Ella, desesperada, olió o aspiró algo que le destruyó los bronquios.

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