A PLENO PULMÓN
La pantomima política 

A PLENO PULMÓN<BR>La pantomima política 

Los economistas llaman presiones inflacionarias –así en plural- a los diversos factores que inciden en el alza de los precios de las mercancías.  Las autoridades monetarias de todos los países “miden” siempre la inflación, que puede tener un dígito, dos dígitos, etc.  La gente común solamente dice: “los precios están por las nubes”.  Los salarios alcanzan para comprar comida a duras penas; si surgiera una enfermedad, el presupuesto familiar se iría a pique.  A veces los trabajadores organizados inician campañas “en pro de la elevación de los sueldos”, con el consiguiente forcejeo con los patronos.  Los especialistas en administración e inversiones  argumentan enseguida que subir los salarios “repercutirá en los costos de producción industrial”.

 En este punto entran los políticos quienes afirman que es necesario alcanzar  “un acuerdo realista entre patronos y trabajadores”.  Los periodistas más “bien intencionados” participan en los diálogos con “un discurso conciliador”: la producción no puede entorpecerse con una “reyerta interminable”.  Los salarios, finalmente, son elevados con el apoyo de los periodistas, de los religiosos, de los políticos y la resignación de los empresarios.  Los precios vuelven a subir porque “ahora a los trabajadores hay que pagarles más dinero”.  Y eso se refleja en los “costos de operaciones, en el valor de los insumos industriales”.  La vida económica es una entrabada cadena.

A partir de entonces entran en juego las “cuestiones macro-económicas”, los grandes problemas “de cuentas nacionales”.  Es cuando algún técnico de tal o cual organismo internacional declara la conveniencia de devaluar la moneda para “estabilizar la economía y estimular las exportaciones de bienes primarios”.  Hace unos días hemos visto cómo los venezolanos han devaluado el bolívar en un 30% de su poder de compra relativo.

Como todos saben, una devaluación opera como una reducción del salario de todo el mundo.  De los mal pagados y de los que tienen “crecidos ingresos”.  Por estos caminos retorcidos regresamos al penoso momento inicial en que el dinero es definido como “aquello que nunca alcanza”.  Los meandros serpenteantes del río de la economía conducen a la escasez.  Puede esto ocurrir de manera cíclica o permanente.  A pesar de las pantomimas políticas, esa amenaza nunca se aparta de las cabezas de los asalariados.

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