A PLENO PULMÓN
La segunda ocasión

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>La segunda ocasión

La segunda vez que oí hablar de “lo bueno” que es ver pasar a la gente, fue también en Nueva York; en esta ocasión la persona que recomendaba la contemplación de los transeúntes añadió: “y es conveniente oír lo que dicen”.  En el lugar donde escuché esto habían instalado un negocio de “comida rápida; era un sitio al que acudían libretistas de teatro, tramoyistas, actores.  Le llamaban “Playwriters Club”. Fui allí a comer un “sandwich” al salir de un hospital de Flushing Meadows, en cuyas salas de cuidado intensivo agonizaba mi hermano mayor, rodeado de eficientísimos aparatos de medicina avanzada. 

Me chocó eso de “oír lo que dicen”.  ¿Escuchar conversaciones privadas?  ¿Espiar personas desconocidas?  El sujeto que llevaba “la voz cantante” afirmó: “hay que imitar el tono de los diálogos espontáneos de la gente de la calle”.  El tipo parecía cubano; los demás le atendían con evidente respeto.  El “sandwich” era horrible; pero la masticación del pan caliente me quitó el frío, me destapó los oídos.  Entonces un rubio colorado dijo, en perfecto español, “si, eso es; nada de parlamentos traídos por los pelos; solamente pláticas tomadas por las orejas”.  En ese momento caí en la cuenta de que yo estaba escuchando conversaciones privadas. 

Me levanté de la silla y eché a andar.  Por el camino, fui entrando en calor.  Me vinieron a  la cabeza las imágenes de algunos dominicanos, sentados en las puertas de sus casas, viendo la gente pasar.  ¿Son vagos curiosos, personas “sin oficios” pendientes de ejecución?  Desde el palco oscilante de una mecedora, cualquier funcionario jubilado puede vigilar un barrio entero.  Aun en el caso de que sufra sordera parcial logrará enterarse de docenas de pequeñas novelas locales. 

Los teóricos de la novela examinan únicamente novelas ya hechas; las grandes narraciones tradicionales.  Después de hacer la disección de escritos de Cervantes, Tolstoi, Dickens, extraen sus conclusiones, proponen técnicas de composición.  Los preceptistas antiguos, lo mismo que los “narratólogos” contemporáneos, casi nunca miran hacia la fuente básica de donde proceden todas las novelas y, en general, todos los libros: la vida; que fluye en torno.  No ven las gentes pasar, ni oyen lo que dicen.  Los escritores intentan ver y oír programáticamente.

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