A PLENO PULMÓN
La transgresión total

A PLENO PULMÓN<BR>La transgresión total

Muchos artistas y escritores europeos del siglo XIX afirmaron su personalidad declarando que “romperían con todo lo anterior”.  Las formalidades artísticas académicas fueron el blanco preferido de sus diatribas.  Había que parecer original a toda costa;  llegó a ser “norma” la ruptura con la tradición.  Existe un célebre dibujo de Jean Cocteau titulado: “El arte académico”; en el cuadro aparece la mano del pintor, quien saca un pie por delante del caballete para “copiarlo del natural”.  Era, al mismo tiempo, burla y caricatura.  Según Cocteau es vergonzoso pertenecer a cualquier escuela: “una escuela poética es un hospital”, afirmaba rotundamente. Ellos también querían ser “rompedores” de las costumbres establecidas.

 Todo esto ocurría en el mundo de las artes y las letras, entre personas dotadas de talentos especiales, con frecuencia aquejados de desequilibrios psíquicos menores. Además, constituían una minoría excéntrica, cuyas extravagancias podían celebrarse como “genialidades”.  En este catálogo, que abarca parte del siglo XX, podemos colocar la oreja de Van Gogh, el bigote de Dalí; el “Poema objeto” de André Bretón.  Este poeta surrealista pretendía crear literatura “con ausencia de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética o moral.”

 En nuestra época las transgresiones a las reglas proceden de todas partes, abarcan todas las profesiones y clases sociales. No es asunto limitado a un grupo marginal que practique alguna forma especial de “contracultura”.  No se trata de “hippies” o “beatniks”.  La religión es “área torpedeada” por los racionalistas desde el siglo XVIII; no es raro que un empleado público diga despectivamente: no estoy interesado en escuchar sermones  acerca de visiones mágico-religiosas.

 Pero con la “moral social” y la ley civil sucede lo mismo.  Se dice: “quien hizo  la ley, hizo la trampa”; también, que los reglamentos sólo son cumplidos por gente débil y temerosa.  El “Contrato Social” de Rousseau ha sido puesto en entredicho.  Nadie renuncia al “derecho” de hacer lo que le plazca si cuenta con la impunidad.  Los políticos, los especuladores financieros, pueden hacer lo que les venga en ganas.  Las costumbres sexuales experimentan hoy parecidas “licencias”.  Transgredimos los mandamientos religiosos, las leyes vigentes, los reglamentos monetarios.  Podemos violentar incluso el “orden natural”, sea atómico, sexual o ecológico.

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