Contemplar tragedias colectivas inesperadas excita el sistema nervioso, acelera el pulso y puede conmovernos hasta las lágrimas. Hace 10 años vimos caer las torres del World Trade Center de Nueva York. Los prodigios de la tecnología de comunicaciones permitieron conocer este suceso terrorífico con detalles muy difíciles de olvidar. Después, el huracán Katrina asoló e inundó la ciudad de Nueva Orleans. A través de la TV se vieron edificios anegados, cadáveres arrastrados por el agua. El terremoto que aplastó a Puerto Príncipe el año pasado causó 220,000 muertes, daños y dolores que nunca será posible cuantificar.
Ahora la tragedia ha sacudido al Japón. Los periodistas dedicados a la información no han cesado de transmitir fotografías, explicaciones geológicas y oceanográficas, datos acerca de los destrozos ocasionados por el oleaje del tsunami. En estos cuatro casos he sentido intensa pena por muertos distantes que me parecieron cercanos. Haití, desde luego, es un país con fronteras con la RD. El terremoto no ocurrió en tierras lejanas. Tuvo lugar al lado de nosotros; el sismo pudo muy bien alcanzarnos a nosotros con su ciega fuerza demoledora. Es una experiencia formativa transitar en automóvil desde Elías Piña, parar en Belladere, Lascahobas, Croix-des-Bouquets, Croix-des-Missions, hasta llegar a Puerto Príncipe.
Todas las personas que han hecho esa escabrosa ruta por tierra saben cuán precaria es la vida de los habitantes del interior de Haití. Aquellos que hayan viajado a Nueva Orleans y asistido a los espectáculos de jazz tradicional, o ido a navegar por el Mississippi en antiguos barcos de vapor, o a comer la popular sopa gumbo, no podrán mirar impasibles esos amables lugares en las condiciones que los dejó el paso del huracán. El French quartier es patrimonio de todos.
Lo mismo cabe decir de quienes conocieron la pequeña iglesia de San Pablo, desde la cual bomberos y rescatistas hicieron su trabajo después de la caída de las torres gemelas. Dicha iglesia es actualmente un verdadero monumento luctuoso. Anteriormente concurrían allí escritores y poetas a leer sus trabajos ante un auditorio reducidísimo. ¿Cómo se sentirán las personas que tienen amigos en Tokio, donde los temblores diarios son esperados? Los japoneses están de luto. Lloremos con ellos estas muertes distantes.