A PLENO PULMÓN
Las personas mayores

A PLENO PULMÓN<BR>Las personas mayores

Un experto en relaciones publicas me dijo una vez: -yo soy diez días más viejo que tu; creo que puedo hablar contigo acerca de la vejez con toda confianza.  -Así es, pero te advierto que no he llegado aún a “la tercera edad”; estoy en plena “vejentud”.    Acto seguido expliqué que podía digerir cualquier clase de alimentos; que practicaba regularmente ciertos ejercicios de jardinería; que podía nadar distancias cortas; que tomaba solamente una pastilla para controlar la presión arterial.  –Está muy bien eso que dices; pero seguramente ahora acudes a más funerales que cuando estabas joven.  –Naturalmente, “las personas mayores” relacionadas conmigo van falleciendo…

-Ese es el punto básico; sin embargo, quiero aclararte algo en lo cual, obviamente, no has pensado. Antes morían los abuelos de nuestros amigos; después morían los padres de nuestros amigos; ahora mueren “nuestros amigos”.  Haz, mentalmente, una lista de amigos de la infancia que ya “reposan en el camposanto”, como decían antiguamente “las personas mayores”.  Eso quiere decir que estamos envejeciendo.  La bola de la muerte ya “pica cerca” de nosotros.  Debes ir al médico y hacerte revisar las tripas y “la bombita de los latidos”. Me han dicho que necesitaré una exploración con catéter.

-Creo que estás padeciendo de pensamientos lúgubres; no te dejes entristecer; entre catéter y cadáver hay bastante diferencia.  –Es que ya me sacaron una vena de la pierna; parece que no conservo en buenas condiciones “las tuberías circulatorias”.  Mi amigo experto  en relaciones publicas murió hace dos años, víctima de un infarto cardiaco.  En una ocasión se dedicó a enumerar los miembros de “familias cercanas” que habían fallecido.  Contó veinte personas que asistieron a la escuela “con nosotros”.

Los jóvenes no piensan en la muerte; y es bueno que así sea.  Esa ocupación ingrata parece propia de  “personas mayores”.  Los jóvenes deben “vivir la vida” en deliciosa redundancia.  Los viejos no tienen, necesariamente, que vivir  “la anticipación de la muerte”.  La comprensión de  que no son inmortales aporta algunas pequeñas ventajas a los viejos: les permite disfrutar serenamente de bienes habituales en que los jóvenes no repararan: gozar de los amaneceres como si fuesen preciosos regalos cotidianos del cosmos.  Un privilegio de las “personas mayores”.

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