A PLENO PULMÓN
Las pupilas del tacto

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A través de los sentidos percibimos el relieve y los colores del universo, la temperatura de cada objeto, su textura.  Los “datos primarios” del mundo nos llegan por los ojos de la cara.  Así lo creían los viejos filósofos “sensualistas”.  Ellos formularon la sentencia según la cual “nada hay en el  intelecto que no haya estado antes en los sentidos”.  Artistas de todas las épocas han intentado desentrañar los enigmas que surgen de “las cinco ventanas de la percepción”: el tacto y el olfato, la visión, la audición y el gusto.  A veces los poetas se entretienen en expresar con sonidos el mundo del color.  Gustan de “transponer” o superponer, metafóricamente, lo visual y lo auditivo. 

 Un celebrado verso de García Lorca consigna la existencia del “trino amarillo del canario”.  Otro verso, menos conocido, de Rafael Américo Henríquez, nos hace notar “el verdín sonoro de la primavera”.   No es nada nuevo; San Juan de la Cruz escribió el poema “Soledad sonora” mucho antes de que se pusiera de moda el vocablo “sinestesia” en el lenguaje técnico de la teoría literaria.  Los artistas miran en torno, asombrados; y luego ofrecen testimonio de aquello que captan sus sentidos.  Psicólogos, filósofos, poetas, pintores, músicos, dan vueltas alrededor de estos asuntos sin arribar nunca a una “conclusión definitiva”.  A pesar de ello, un violoncelista francés me dijo enfáticamente: “el color del sonido de la trompeta es amarillo”.

 Todo el mundo puede oír escalas de notas musicales; incluso podemos verlas, gráficamente, en el pentagrama, si leyéramos una partitura.  La música permanece en nuestra memoria mucho después que la onda sonora se ha extinguido. 

Cuando ya “no existe físicamente”, perdura su presencia en las fibras nerviosas de quien escuchó la composición.  Continuamente hablamos de “la paleta del pintor”, de “los colores del espectro de la luz”.

 Pero nunca se habla de “gama de olores”; no hay una “escala olfatoria” para uso de cocineros y perfumistas. 

Tampoco existen sistemas de medición para las texturas; para lo suave o lo rugoso.  Mieses Burgos escribió un soneto al tacto en el que afirma: “nada perdura inédito al contacto/ de este absorto mirar inquisitivo/ de las pupilas intimas del tacto/”. Vivir es mirar, palpar, oler.

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