A PLENO PULMÓN
Las tiras del pellejo

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Las tiras del pellejo

Todo el mundo ama el país donde nace; su comida, su música.  Parentesco y crianza son las dos primeras argollas del arraigo.  Después vienen otras ataduras: la lengua, la religión, el trabajo, el matrimonio, los hijos.  Apreciamos nuestro país a pesar de que sabemos que existen otros más ricos, mejor organizados, que disponen de mayor cantidad de técnicos, científicos, administradores.  Pero nuestro país es el nuestro, único lugar donde no somos extraños y siempre seremos bien recibidos.  Demasiadas cosas nos atan a nuestro país: estilo de vida, actitudes,  costumbres.  No obstante, hay ciertos usos dominicanos que rechazamos tajantemente.

No es obligatorio aceptar en bloque las costumbres establecidas, sean caribeñas o europeas.  Es muy desagradable comprobar a cada momento nuestro lastimoso hábito de descalificar a los demás: Fulano de tal no tiene calidad para hablar de esto o de aquello; perencejo no debe participar en asuntos públicos; no puede “sacar la cabeza” en la política; ese no vale una guayaba podrida.  Expresiones de este tipo escuchamos a menudo en la radio, leemos en  la prensa y oímos en las calles.  Padecemos una enfermedad que consiste en devaluar conductas, personas, obras, grupos, familias.

Este es un vicio extendido terriblemente en el país al cual pertenecemos, por la sangre y por el suelo.  Querer una nación implica querer que se perfeccione; que mejore la educación, la economía, las maneras de afrontar la realidad.  La manía de criticar en forma inclemente y dañina ha llegado entre nosotros a extremos tales, que cuando oímos hablar bien de alguien, respetuosamente o con admiración, creemos que se trata de elogios interesados.  Enseguida buscamos los “motivos espurios” que podrían movilizar esas “loas y panegíricos”.

“Sacar tiras de pellejo” es el nombre con que se conoce este procedimiento vernáculo para difamar e injuriar.  Se emplea en política, en negocios, en competencias profesionales, entre escritores, periodistas, burócratas, soldados.  Es una plaga que alcanza todos los estamentos.  Es obvio que los políticos han llegado a ser maestros en ese arte deletéreo que degrada la convivencia de los dominicanos.  Me gusta de mi país hasta la forma en que aparece en el mapa; incluso el relieve de sus montañas; pero detesto profundamente nuestro espantoso hábito verbal denigratorio.

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