Mi padre solía usar la expresión: lo conocí ciruelo, para enfatizar que tenía relaciones con una persona desde su juventud, con individuos a quienes vio nacer. Quería indicar que los conocía bien antes de haber llegado a plenitud, a ser funcionarios públicos, profesionales destacados, ciudadanos prominentes. ¿De dónde viene esta manera de decir? Mi padre explicaba que en cierta ciudad de España hubo una vez un Cristo de madera de ciruelo al que se tenía por muy milagroso. Personas que rezaban ante ese Cristo obtenían la curación de parientes enfermos, la solución de conflictos familiares.
Parece que un campesino incrédulo, de una aldea próxima, declaró en la ciudad que había conocido el Cristo antes de ser milagroso, cuando era todavía un simple tronco de ciruelo. A José Báez Guerrero lo conocí ciruelo: joven reportero que cubría la fuente de Palacio, siendo Presidente Antonio Guzmán. Entonces era un muchacho delgado y le sobraban pelos en la cabeza. Quería hacer buen periodismo, siguiendo modelos norteamericanos prestigiosos; había visitado los EUA; dominaba desde niño la lengua inglesa. Acudía con frecuencia al despacho donde yo trabajaba, situado en el pasillo que conducía a las oficinas del Presidente Guzmán.
En ocasiones íbamos juntos al restaurante El Bodegón a saborear una copa de jerez. En aquella época José Báez no había hecho ningún milagro. Después produjo la hermosa novela del periodista Pancracio Ceroles, inventó el pensador llamado Iñigo Montoya, escribió cuentos encantadores que no hubiera titulado gotas de arena, pues son narraciones con oro de muchos kilates; no puedo llamarles gotas de oro; es el nombre de una variedad de mangos.
José Báez ha tenido tremendo éxito editorial con su libro acerca de Guzmán. Nunca quise colaborar con datos y apreciaciones sobre los últimos días del mandatario suicida, quien, sin duda, fue un gran Presidente; no contribuí porque formaba parte del gabinete y participé en la información sobre su muerte. Todas las personas que me mencionan en el libro: Jacobo Majluta, Hipólito Mejía, lo hacen con verdad y corrección. Los documentos que redacté aquel día fatal constituían obligaciones de mi trabajo. Estoy satisfecho de haberlos escrito. Me apena mucho no haber acompañado a José Báez en el acto de premiación del libro.