El escritor francés André Malraux, fallecido en 1976, llamaba a su época la era del desprecio. Se relacionó con artistas y escritores de vanguardia, participó en política contra Hitler, a favor de los republicanos españoles, con la resistencia francesa. En el gobierno del general Charles De Gaulle fue nombrado ministro de cultura. Él dispuso la limpieza de los muros de catedrales góticas y otros edificios antiguos de París, a los cuales aplicó arena abrasiva. Decía que la prestigiosa patina del tiempo no era más que moho y excremento de palomas. Los problemas de Argelia y de la Indochina francesa marcaron su obra literaria.
El espíritu libertario de Malraux lo llevó a defender los artistas frente a los condicionamientos, políticos e ideológicos, del marxismo y del psicoanálisis. Su vida puede calificarse de ruidosa y espectacular, pero no se agota en esas notas de su carácter. ¿Cómo llamaría un escritor de hoy a nuestra época? Era del desprecio resulta un rótulo benigno si lo aplicáramos al tiempo presente. Asistimos a una revolución en los hábitos de millones de personas en medio mundo. Las comunicaciones telefónicas de hoy son completamente distintas de las de nuestros padres. El discado directo a distancia es una expresión que ha caído en desuso.
Los ordenadores, la televisión por cable y la nueva telefonía, han transformado la vida civil en centenares de países, desarrollados y atrasados. La globalización del comercio, la rapidez con que se transmiten las noticias, obliga a la gente a participar de todo cuanto ocurre en el mundo. Los medios de comunicación promueven la uninformación cultural. Chinos, japoneses, norteamericanos, europeos, hispanoamericanos, viven desde sistemas comunes de referencias sociales; actúan movidos por parecidos intereses, ambiciones y valoraciones. Comida chatarra, pornografía en Internet, películas de violencia, circulan universalmente.
Los vestidos de calle, la conducta de los líderes políticos, las actitudes y peinados de los músicos pops, los métodos de mercadeo, son los mismos en Asia, América o Europa. Los jóvenes reciben noticias y mensajes cada minuto. No se separan un instante de sus teléfonos móviles. Les parece que apagar esos aparatos es parar el pulso del mundo. Negocios, entretenimientos, sexualidad, nos llegan de fuera. ¿Nos aproximamos a la era de la enajenación?