A PLENO PULMÓN
Los arrasacontodo

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El crecimiento de la población va transformando lentamente los hábitos colectivos.  En las comunidades pequeñas casi todo el mundo se conoce.  Hace cuarenta años oíamos decir a menudo: ¿Tú eres nieto de don Gregorio? ¡Entonces tu padre y el mío fueron compañeros en la escuela primaria!  De este modo se “reconocían” o “filtraban” amistades a las cuales se concedían “derechos históricos”, privilegios de antigüedad.  El sociólogo Karl Mannheim opinaba que incluso la devoción religiosa sufre cambios en la gran ciudad populosa.

Todos los días hay necesidad de hacer colas en una ciudad: en  los bancos, en las cajas de los supermercados.  La competencia por sobrevivir reclama de nuestro tiempo y energía nerviosa.  ¿Quién tiene “disposición” o tiempo para “gastarlo en cortesías”?  No es obligatorio cederle el paso a una dama; ni proteger a un niño que cae al piso, ni darle nuestro puesto a un anciano. ¡Tengo que seguir adelante con mis asuntos!  Si una institución, o una tienda, reservan espacios de aparcamiento para mujeres embarazadas, bendito sea; pero “yo no tengo que dar mi lugar a ningún baldado, ni mujer preñada”.

El resultado final es que nos comportamos con arreglo a una antigua receta: “en el corral de los burros, el burro que más patea… ese es el rey”.  La urbanidad –modales propios de “urbes” o ciudades- consiste ahora en “llevarnos de encuentro”  todo lo que se nos ponga delante.  Esa manera de proceder, empleada metódicamente, conduce al “éxito personal”.  De la “urbanidad” no pasamos a la “ruralidad” –modales rústicos o de campo-; no, saltamos a la “brutalidad” cavernaria primitiva.  Algunas personas, con formación profesional, disfrutan al conducirse como presidiarios.

La “buena educación” de maneras, de palabras y gestos, ha ido cayendo “en desuso”, como si se tratara de una corbata desteñida.  La política y los negocios están afectados por la misma “enfermedad degenerativa” de las costumbres.  Algunos expertos en humanidades creen que el mundo “post-moderno” es así; y que, además, no tiene arreglo.  Los medios de comunicación difunden la violencia y brutalidad que la sociedad contiene.  Mueven el molino de un círculo vicioso –social, político, económico, educativo- que amenaza arrasar viejas tradiciones humanas que actuaban  como cojinetes o amortiguadores de la convivencia.

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