A PLENO PULMÓN
Los esbirros doctos

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–El hombre no es más que un animal maquillado y ostentoso.  No se sabe de ningún animal de la selva que use sombreros, collares o condecoraciones.  Tan pronto averiguas un poco sobre la vida privada de un sujeto, enseguida chocas con la perversidad.  El hombre, codicioso y embustero, es capaz de todas las aberraciones.  La conducta sexual de una “abuela respetable” puede producirte asco.  Llevo doce años trabajando en el Departamento de Investigaciones; he visto demasiadas cosas en mi vida para que venga un cura, o un abogado, a engañarme con el asunto de los Derechos Humanos.

–Tiene razón, compañero; me dijo el teniente Berroa que el programa de conferencias continuará con periodistas y funcionarios de la ONU.  Primero fue el curita que nos habló mucho de “la persona humana” y del “templo del cuerpo”.  Después vino al auditorio un abogado. Explicó la historia de los derechos del hombre y del ciudadano.  ¡Los derechos humanos ya me tienen cansado!  Ahora vendrá un periodista español a adoctrinarnos sobre “las libertades públicas”.  El cura nos dijo que el cuerpo “es un templo” que debemos respetar, empezando por el nuestro.  Pero a cada rato aparecen noticias sobre sacerdotes que abusan de niños estudiantes. 

 –¿Recuerdas a Tomás Moro Cotes, el notario que levantó el acta el día de la inauguración del nuevo edificio?  Moro Cotes tenía un hermano que trabajó en el Servicio de Inteligencia Militar (SIM).  Me contó varias historias acerca de presos políticos en la Era de Trujillo.  Su hermano opinaba que a los hombres “hay que darles duro por la cabeza” para que obedezcan; de lo contrario, la autoridad nunca será respetada; y los enemigos del gobierno tendrían libertad para hacer lo que les diera la gana.  Los presos se comportan con tanta bajeza como los carceleros.  Aunque existen excepciones; hubo un tipo de Salcedo que, amarrado en una silla, escupió a un torturador que le retorcía un pie.

 –Los presos políticos se burlaban de los cojos, de los feos, de los pobres; oí decir a un preso que vio en el patio un hombre flaquísimo: “no ha comido nunca, mírenle las canillas”.  No tuvo piedad “de los débiles y afligidos”. Nosotros queríamos partirle el pescuezo.

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