A PLENO PULMÓN
Los mundos futuribles

A PLENO PULMÓN<BR>Los mundos futuribles

A “Mundos desaparecidos” y “Los mundos vigentes” debemos agregar: “Los mundos futuribles”.  El futuro es, por definición, lo que aun no es, aquello que consiste en mera posibilidad, remota o cercana, de “llegar a ser” en lo porvenir. Pero es necesario distinguir entre “el futuro absoluto”, por ejemplo: la contracción de una galaxia o el enfriamiento de una estrella; y los asuntos que podemos proyectar, vislumbrar a corto plazo, como es el caso de las elecciones presidenciales del próximo 20 de mayo.  Lo futurible suele estar “al doblar de la esquina” porque ya la semilla de su existencia está sembrada en el presente.

Los desarrollos sociales, empresariales, económicos, políticos, no surgen “de la nada”.  Aparecen a partir de  unos antecedentes, de unas historias previas que son capítulos iniciales de una nueva historia.  Para evitar pedanterías terminológicas podríamos decir, como las abuelas: “aquellos polvos trajeron estos lodos”.  Si los partidos tradicionales de Venezuela no hubiesen firmado el “Pacto de Punto Fijo”; y no hubiesen actuado en forma tan desastrosa, tal vez no se habría formado el “Polo Patriótico” que llevó al poder al coronel Hugo Chávez.  La “conchupancia” de los partidos   irritó al pueblo venezolano. 

Con mucha frecuencia los políticos dominicanos, al celebrar sus fechorías en la mesa de un restaurante, levantan su copa y declaran: “aquí nunca sucede nada; este pueblo es masoquista”.  Creen que la “partidocracia” es un régimen indestructible.  Recomiendan “no llevarse de los consejos románticos de curas pendejos y literatos trasnochados”.  Es razonable suponer que lo ocurrido en un país de Hispanoamérica puede volver a suceder en otro país con parecida cultura y semejante historia política.

Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez, fueron gobernantes dictatoriales parecidos a Santana, Báez o Trujillo; Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt, juntamente, podrían servir para una comparación con Juan Bosch.  Las democracias que siguieron a Pérez Jiménez y a Trujillo alcanzaron objetivos importantes: entrenaron los respectivos pueblos en el ejercicio de las libertades públicas y en hábitos electorales.  Pero las frustraciones no tardaron en agriar la convivencia.  Tan “futurible” es la perversión o el colapso de nuestra democracia, como la aparición de nuevos liderazgos o el fortalecimiento de partidos menores.  Ninguna encuesta podría esclarecer esto.

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