Hace muchos años propuse a un alto dignatario de la Iglesia católica que aceptara ser parte de un círculo secreto que llamaríamos malhechores del bien. Esta extraña denominación vino a cuento por la necesidad estratégica de ocultarse para hacer el bien. Además, en aquella época era frecuente que los fiscales iniciaran procesos por asociación de malhechores. Bandas de forajidos, grupos politizados de acción directa, antiguos miembros de los servicios de inteligencia, eran acusados bajo este rótulo de procedimiento judicial. Echaba de menos la presencia en RD de un Consejo Social de Alto Nivel.
En el pasado hubo países con este tipo de organismos, dentro de los cuales las estructuras segmentarías del poder tenían representantes designados con carácter permanente. Los hombres de negocios, los jerarcas de la Iglesia, los militares de alto rango, los rectores de las universidades, los dirigentes de organizaciones profesionales, de gremios y corporaciones laborales, enviaban delegados a ese consejo social donde se sopesaban los problemas de la comunidad. Dicho Consejo carecía de funciones ejecutivas; sólo podía estudiar, advertir, recomendar, opinar. Su actividad era ostensible o invisible, según las circunstancias sociales reinantes.
En momentos de crisis económica o política, en ocasión de una guerra, epidemia o calamidad pública, el Consejo Social de Alto Nivel funcionaba como instancia moral orientadora de la población, como planificador a largo plazo de las grandes metas nacionales. Como es obvio, los miembros del Consejo tienen la posibilidad de confabularse para gestionar o inducir cambios sociales. Pueden, por tanto, constituirse en malhechores del bien: aquello que no pueda hacerse abiertamente, mejor impulsarlo secretamente. Evidentemente, un cuerpo deliberativo con este formato era asunto morrocotudo.
En virtud de las dificultades inherentes a un proyecto tan peregrino, el dignatario sonrió beatíficamente y archivó el asunto. Ahora, viendo lo que ocurre con el sistema eléctrico; con la nueva Constitución que discute la Asamblea Revisora; con la emisión de Bonos Soberanos; con el crecimiento de la deuda pública; con la endeblez de nuestro sistema educativo, me pregunto sino será pertinente un Consejo parecido al aquí descrito. Los periódicos han cumplido en los últimos tiempos la misión de almidonar las instituciones y aglutinar la opinión pública. Quizás este consejo segregue más y mejores engrudos sociales.