A PLENO PULMÓN
Manías de escritores

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Las manías de los escritores son innumerables.  Hay escritores que para producir sus escritos necesitan luz indirecta, una especie de “penumbra moderada”, sin la cual los textos “no les salen bien”.  Otros creen que escuchar música barroca facilita la creación literaria; los hay que consideran imprescindible trabajar en un “ambiente perfumado”; o escribir sobre papel color crema desvaído; o con tinta verde.  Existen escritores excéntricos que componen sus obras acostados en la cama.  Ese parece fue el caso de Marcel Proust.  Ernest Hemingway, en cambio, escribía de pie, con los codos apoyados en un mueble parecido a los que usaban los tenedores de libros del siglo XIX.

Puede decirse que en materia de escritores no todo está escrito.  Dicen que Maquiavelo tenía la costumbre de ir a una taberna donde bebía y jugaba a los dados; después, cuando llegaba a su casa, se acicalaba y vestía de gala para escribir. Compensaba de este modo las truculencias y groserías que escuchaba en la taberna. Para explicar esto tendríamos que recurrir a los psicoanalistas.  Lamentablemente, Freud no hizo el examen de todos los  hombres representativos del Renacimiento.  He oído contar a un amigo intimo de García Márquez que el célebre novelista colombiano consumió montones de cajas de cigarrillos mientras escribía “Cien años de soledad”; tal vez más de cien “cartones” de humo de tabaco tuvo que emplear en ese libro.

Los escritores que también son periodistas deben aprender a escribir con lápiz, con pluma, con máquinas de escribir antiguas, en computadoras contemporáneas; entregan los escritos con estricta regularidad, pues los periódicos tienen “hora de cierre”.  No es que los escritores-periodistas padezcan menos manías que los poetas y dramaturgos, pero las mantienen  “a raya”.  No pueden darse el lujo de “sufrir” demasiados atascamientos, tranques, “bloqueos”.  Además, por lo general están obligados a realizar su trabajo en un asiento de avión, en hoteles, en el piso, hasta en una trinchera si es un corresponsal de guerra.

No pueden “cultivar” trastornadoras manías; han de escribir en las guardas de los libros, en cualquier libreta vieja, en una “laptop”.  Y hacerlo incluso en el corredor de un “mall” o dentro del automóvil.  Ellos no suprimen las manías; únicamente logran domesticarlas trabajosamente.

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