En una época de libertad sexual no es necesario predicar la desnudez, la sensualidad. Jóvenes y viejos disponen de pornografía on-line para todas las preferencias sexuales y aberraciones particulares. No despertaría ahora gran interés del público, como en tiempos de D. H. Lawrence, que una señora casada con un inválido se excitara viendo bañarse a un guardabosque joven en las dependencias de su propiedad. Hace unos cuantos años era frecuente que escritores y artistas cantaran el amor libre, la embriaguez perpetua, los efectos maravillosos del uso de drogas psicodélicas. El rechazo del orden establecido estaba inserto en la adopción de formas de vida antiburguesas.
La inevitable abolición del dinero, la desaparición total de las clases sociales, el advenimiento de la fraternidad, fueron algunas profecías compartidas por escritores y artistas del pasado inmediato. Estas maneras de ver están hoy a punto de ser clasificadas como restos arqueológicos de un pretérito en camino de borrarse. Pero la tradición milenaria de valorar los acontecimientos colectivos a contrapelo de la ortodoxia, se mantiene incólume entre los intelectuales.
Existe una mariposa centroamericana a la que llaman fulgora. Es un insecto fosforescente cuyo vuelo, con paradas, retrocesos, estaciones, va polinizando plantas alimenticias y medicinales. En algunos países a la fulgora se le conoce por el nombre de mi mama me mima. Es también un juguete infantil luminoso. Esta mariposa puede explorar caminos en el día y en la noche. En nuestro mundo actual pocas cosas andan bien. Las monedas, las familias, los partidos políticos, se tambalean en todas partes. Extrañas protestas sacuden actualmente muchas ciudades del mundo. Los inconformes protestan sin saber bien a cuales soluciones arribarán. Políticos y economistas discuten con dos retóricas: la una publicitaria, la otra seudo-científica o meramente política. ¿Qué novedades podrían aportar poetas, narradores, ensayistas?
Todo es confuso hoy, penumbroso o colmado de peligros. Alumbrar los caminos de estos tiempos requiere de luces distintas a las de la llamada ilustración. Necesitamos un fulgor nuevo o resplandor intelectual que abarque la razón y el sentimiento, la vida personal y la organización colectiva. Tal vez esté a punto de surgir un movimiento fulgorista capaz de agrupar al montón inerme de cocuyos y luciérnagas que son nuestros escritores y artistas.