A PLENO PULMÓN
Manifiesto literario (IV)

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La palabra “virtu”, en italiano, tiene connotaciones especiales: fuerza, virilidad, eficacia.  Tanto es así, que Maquiavelo usa el vocablo en dos sentidos.  Lo aplica a la buena política, que él llama “virtuosa” cuando es eficiente y alcanza sus objetivos; y también utiliza el término en su acepción moral. Incluso de las sociedades que se hunden en la corrupción puede brotar la virtud.  Maquiavelo, fundador de las ciencias políticas de la modernidad, pensaba que la “corruzione” conduce a veces al surgimiento de la virtud.   Con buenos sentimientos puede muy bien hacerse mala literatura, como siempre se ha dicho.  El escritor, no obstante, podrá ser amoral o inmoral, pero no logra nunca ser indiferente al bien  y al mal.

 ¿Los problemas morales y los problemas políticos, son inseparables de los problemas estéticos? ¿Es lícito hablar de fealdad moral o de fealdad política?  Esta última pregunta podría servir lo mismo al sofista que al pensador riguroso.  En cambio, los valores estéticos tienen un solo camino: ser expresados mediante unas determinadas técnicas.  Las técnicas artísticas han evolucionado a lo largo del tiempo.  Las múltiples técnicas pictóricas constituyen una apasionante historia que no tocaremos.  La poesía es un arte que ha experimentado diversas mutaciones, de forma y de fondo, desde Homero hasta André Breton.

 De la poesía ha dicho John Steinbeck que “es la matemática de la literatura”.  Tampoco entraremos – por el momento – en ese movedizo terreno.  En la literatura en prosa son evidentes los cambios técnicos operados desde 1605, fecha de la publicación del Quijote, hasta “En el camino”, del “beatnik” Jack Kerouac, quien en 1951 escribió ese libro en un rollo de papel de teletipo.  En nuestra época los artistas y escritores tendrán que redefinir la belleza y la fealdad.

 Deberán enfrentar intelectual y sentimentalmente la moral y la política reinantes y, por último, necesitarán explorar nuevas técnicas expresivas para la prosa y el verso.  No olvidemos que el voluble y caprichoso Oscar Wilde afirmaba: “Donde empieza la arqueología termina el arte”.  Aunque en momentos de euforia y sinceridad solía decir: “Una verdad en arte es aquella cuya proposición contradictoria es también verdadera. (Las notas precedentes han sido extraídas y condensadas de mi “Manifiesto literario a la antigua”).

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