A PLENO PULMÓN
Máquina antitramposa

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Máquina antitramposa

Un consumado tramposo me ha contado que tuvo una pesadilla horrible: soñó que en Europa tres matemáticos expertos en computación habían inventado una máquina capaz de detectar trampas y engaños de todas clases. 

Durante el sueño vio a los expertos europeos discutiendo con empresarios norteamericanos las condiciones para producir, en gran escala, máquinas antitramposas.  Estos industriales se encargarían de mercadear el invento y convertirlo en “un implemento de uso universal”.  Llegaría a ser de tanta utilidad como los desinfectantes; y operaría en forma parecida a los programas de revisión gramatical y ortográfica de las computadoras personales de hoy. 

Los hombres que concibieron el “ingenio antitramposo” eran científicos y también reformadores sociales.  Uno de ellos pronunció una conferencia en una importantísima universidad de las Antillas Menores.  El tramposo dominicano no recuerda con exactitud este pasaje de la pesadilla; y no sabe decir si tuvo lugar en West Indies University o en otro centro de estudios.  Pero sí recuerda que uno de los inventores sostiene que se trata del comienzo de una revolución en el campo de la conducta humana.  Los documentos de identidad numerados, las tarjetas de crédito con fotos del usuario, los archivos de huellas dactilares, pronto serán anticuados recuerdos “de épocas primitivas”. 

Me explicó que la máquina tenía el aspecto de un traganíquel; pero estaba dotada de electrodos que se aplicaban sobre el hueso frontal y el esternón.  Los resultados de “la auscultación del sujeto” aparecían en una pequeña pantalla verde, desde la cual eran trasmitidos a un “servidor de malas intenciones”. Entonces, a partir de ese “almacenamiento público” los datos podían enviarse a la policía, a los bancos, al fiscal.  “Pasar” por la máquina antitramposa al cumplir la mayoría de edad figuraba en el sueño como un “requisito legal”.  Los resultados se incorporaban al acta de nacimiento en las oficialías civiles.

A los abogados en ejercicio se les exigiría someterse al examen antitramposo todos los años, en la misma época que se expiden los marbetes para automóviles.  Los periodistas tendrían que hacerlo cada seis meses.  Al contar la pesadilla a sus amigos, el tramposo “free-lance” subrayaba: imaginen el embrollo que crearía esa máquina infernal; políticos y funcionarios obligados a acudir a exámenes mensuales.

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