A PLENO PULMÓN
Metidos en estuches

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Metidos en estuches

En los años venideros tal vez algunas personas decidan “vivir encapsuladas”, cubiertas por una coraza protectora que les aísle de su propia sociedad.  Cuando en un país las cosas “marchaban mal”, la solución antigua era emigrar.  Irse a otra parte a buscar “mejor suerte”.  Ahora usted puede mirar hacia cualquier lugar del mundo y encontrará conflictos, guerras, enfrentamientos feroces por motivos difíciles de explicar.  Las crisis económicas, financieras, abarcan el globo terráqueo casi completo.  Actualmente los emigrantes son “mal vistos” en tres continentes.  “Quemar las naves” ha sido siempre una decisión desesperada.  Si pretende “huir de los apagones” podría encontrar bombas, epidemias, radiaciones atómicas.

La tortuga tiene un caparazón, el armadillo lleva la piel protegida, el caracol arrastra su propia casa como si fuese un “trailer”.  La naturaleza crea diversos modos de defender la vida.  El yelmo del guerrero, la armadura medieval, el chaleco antibalas, son artilugios postizos de protección personal.  Sicarios y terroristas, fraudes financieros y déspotas en ejercicio, desempleo e inseguridad, estimulan la emigración.  Pero los “tramites para irse” son aplazados porque “en muchos otros sitios” la cosa está peor.  El emigrante potencial queda momentáneamente detenido.  Mientras piensa qué cosas podría hacer, le van saliendo raíces en las suelas de los zapatos; finalmente, no va a ninguna parte.

 Todos los asuntos humanos tienen anverso y reverso.  Quedar atrapado es una situación penosa; pero deja filtrar un rayo de esperanza.  Obliga al hombre a vivir y trabajar sin “desechar” lo que le circunda; más bien contando con todo lo que le rodea, sea que le amenace o le favorezca.  Le cuesta entonces dar rienda suelta a la inventiva.  En la tarea de arreglárselas como se pueda, el emigrante remiso encuentra dos caminos: luchar con el entorno o encapsularse psíquicamente como los niños autistas. 

Unas gafas pueden conservarse perfectamente metidas en un estuche.  Sin embargo, es imprescindible sacarlas del estuche cada vez que las necesitamos para leer.  Las gafas están hechas para ser usadas.  Las guardamos para volver a usarlas en otra oportunidad.  La vida, como es obvio, no puede ser suspendida temporalmente; es realidad ejecutiva “de uso continuo”.   Por eso resulta tan incómodo hacer de la vista gorda e intentar meterse en un estuche.

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