A PLENO PULMÓN
Mirar el verde

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El sábado llamó a mi casa un amigo para dar noticia de la muerte de “el hombre más viejo del mundo”.  Tenia ciento trece años, gozaba de buena salud, bebía, fumaba; también había disfrutado de numerosas relaciones con mujeres.  Algunos italianos resumen esos tres gozos diciendo: “Baco, tabaco y vénere”; la bebida, el cigarrillo, los placeres de Venus.  El viejo atribuía su longevidad al buen humor.   Parece que contemplar serenamente las cosas en torno provoca risa, despierta o renueva la alegría de vivir.

Pensaba en este Matusalén contemporáneo al pasar frente a una vieja casa de Gascue.  Detuve el carro para mirar atentamente algunas inusuales plantas colgantes.  Muchas de ellas, desplazadas ya por nuevas modas de jardinería, se han convertido en “curiosidades botánicas”.  Al acercarme a la verja la dueña de la casa salió a la puerta en actitud recelosa.  Poco después, bajó la guardia y dijo: -Señor, las cuido yo misma, las riego cuando el sol no ha subido todavía.  Estas matas me obligan  a hacer ejercicio, a sudar un poco, a levantarme temprano.  Me mantienen sana, sin dolores en las piernas.

Era una mujer de unos ochenta años, delgada, con el pelo blanco, sonriente y acogedora.  (Tal vez llegó a la conclusión que yo no parecía un asaltante sino un curioso inofensivo).   –Me siento descansada cuando miro el verde; me acomodo aquí, en este sillón, y me entretengo en ver la luz colándose entre las hojas.  Este seto vivo de “carnaval” se sembró hace cincuenta años; las begonias eran de mi hermana mayor, que ya murió; los helechos los traje de Jarabacoa.  Puse la reja para poder dormirme, sin preocupaciones, frente a tantas flores y hojas bonitas.

El enigma de la longevidad ha suscitado interés en todas las épocas.  Los emperadores chinos soñaban con encontrar “el elixir de la vida”; y enviaron expediciones al Japón a buscar ese maravilloso medicamento.  En Europa de Este se han desarrollado tratamientos médicos,  a base de testículos de mono, para prolongar la vida.  Neurólogos, psicólogos, fisiólogos, concuerdan en que “el talante” de la persona es la clave de la longevidad.  La radiación solar nos permite percibir el mundo;  quizás el secreto consista en “mirar el verde”.

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