A PLENO PULMÓN
Morir a salvo

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Arthur Koestler, el famoso escritor nacido en Hungría, se afilió al Partido Comunista en 1931.  La inscripción tuvo lugar en Alemania el 31 de diciembre, a los veintiséis años.  Koestler, como muchos otros escritores europeos, viajo a Rusia para ponerse al servicio de la Revolución Socialista, que transformaría el mundo. 

En los años de la guerra civil española Koestler ejerció activamente el periodismo; fue condenado a muerte por las tropas del generalísimo Franco y liberado después en “un canje de prisioneros”.  Posteriormente fue recluido en un campo de concentración del cual logro escapar. 

En 1983, en Paris, “invito” su esposa a suicidarse; ella le acompañó en ese viaje a la muerte “voluntariamente aceptado”.  Se libró de la muerte en España, donde estuvo a punto de ser fusilado; se salvó de morir en Alemania a manos de los nazis; del campo de concentración consiguió salir con grandes dificultades; en Rusia, tuvo que asistir a la “gran purga” del partido realizada por Stalin. Diez millones de presos políticos precedieron a la tal purga.

Cuando ya la muerte no le perseguía, ni le amenazaban las prisiones políticas, Koestler decidió “aplicarse” la muerte.

Fue tan persuasivo que su mujer hizo lo mismo.

Arthur Koestler escribió una “Autobiografía”en dos volúmenes que tituló: “La escritura invisible”.  Accidentalmente, encontré este libro en Jarabacoa; y lei algunas historias interesantes, de caracter menor, que van adheridas a la historia principal.  El asunto básico es el desencanto de Koestler del “desenvolvimiento real” de la Unión Soviética.  Pero la historia que ahora me importa destacar es la de un aldeano muy talentoso quien inventó una máquina, de dos ruedas, que permitía  avanzar más rápidamente que a pie.

Los aldeanos viven aislados; aislamiento es un vocablo que procede de “isla”.

Este aldeano empaquetó su invento de manera que nadie pudiera copiarlo.  Envolvió la máquina en gruesos cartones. 

Entonces tomó un tren para ir a la capital a patentizar y difundir el producto de su ingenio. Al salir de la estación descubrió que allí circulaban bicicletas de canasto, bicicletas en tándem; hasta niños corrían montados en bicicletas.

Sufrió un síncope en medio de la calle.  Es probable que al recogerlo confundieran el “inventor” con un ladrón de bicicletas.

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