A PLENO PULMÓN
Morir, vivir y votar

A PLENO PULMÓN<BR>Morir, vivir y votar

A fines del año pasado ocurrió un tiroteo en la autopista Las Américas; varios delincuentes armados persiguieron en una “yipeta” a otros delincuentes y los acribillaron a balazos.  Uno de los muertos portaba documentos de identidad robados.  Este muerto pretendía llamarse Nelson Bienvenido Báez Santana, que es el nombre verdadero de un empleado del periódico “El Nacional”, quien denunció desde el año 2010  “que le habían sustraído la identidad”.  Usando los “datos usurpados” a Báez Santana, el malhechor acribillado realizó transacciones con un “dealer” de automóviles de San Pedro de Macorís.  Báez Santana “fue intimado” a pagar las “cuotas pendientes” de un vehículo que no había comprado.

En diciembre del 2011, el inocente empleado del diario vespertino declaró: “han ido a mi casa a cobrarme y hasta para matarme”.  Explicó a un reportero del periódico “El Día”: “mi madre llamó desde Michigan, EUA, para saber si era cierto que yo había fallecido” baleado en una autopista.  Los trastornos causados a Báez Santana por este motivo son potencialmente terribles.  Los policías pueden perseguirlo por delitos cometidos por otro;  o ser objeto de represalias parecidas a las que  le costaron la vida al “usurpador” de su identidad.  Hubiera podido recibir cualquier día un “rechazo de crédito” para adquirir un simple electrodoméstico.

La “cédula personal de identidad y electoral” es imprescindible para votar, para cobrar cheques, para firmar contratos y toda clase de documentos legales.  Debería ser protegida a toda costa, tanto por el propietario titular, como por las autoridades públicas, especialmente la Policía Nacional y la Junta Central Electoral. Una cédula robada puede llevarnos a la cárcel, al cierre del crédito, a la muerte, la “desgracia política”.  Sin embargo, cuando atrapan vendedores de drogas descubrimos que poseen varias cédulas de identidad.

 Hace un año tres maleantes armados entraron a una casa e irrumpieron en la habitación donde dormía una pareja.  La mujer gritó; enseguida fue amenazada de muerte; el esposo imploró: no la maten, cojan lo que quieran; ahí, en el pantalón, tengo treinta mil pesos, la chequera, mi cédula.  Uno de los delincuentes, al ver la cédula del marido, dijo: “pero este no es el hombre que debemos matar”.  Con la cédula votamos, cobramos,  vivimos, morimos.

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