A PLENO PULMÓN
Mosca bajo sombrero

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Mosca bajo sombrero

El mundo de hoy es radicalmente distinto del que conocimos en la infancia… las personas que hoy tenemos nietos.  Los hombres jóvenes de la actualidad también vivieron su infancia en condiciones sociales diferentes de las que ahora padecemos.  Las costumbres “han cambiado”, nos dicen los sociólogos.  Existe una nueva “tabla de valores”, afirman los moralistas.  Los religiosos estiman que el mal reside en que el hombre “ha perdido la fe”.  Algunos antropólogos culturales están convencidos de que los “cambios en la conducta” de la gente de hoy obedecen, simplemente, a la “disolución de la familia tradicional”. 

 La enseñanza está “mal orientada”, explican los educadores; los maestros por vocación han desaparecido de las aulas.  Demógrafos y politólogos piensan que el crecimiento de la población y el desarrollo de las tecnologías de comunicación han “desbordado” las instituciones democráticas.  Opinan que es preciso encontrar formas más eficaces de gobernar “sociedades anarquizadas”.  Sin duda, las costumbres han cambiado; hay nueva tabla de valores; muchos hombres carecen de fe religiosa; la familia ha perdido su antigua fortaleza; la eficiencia del sistema educativo es cuestionada en muchos países de Europa y de América.

 Estos complejos problemas sociales y políticos, que acogotan las comunidades de nuestro tiempo, son visibles y palpables.  La delincuencia ha vuelto inservibles el derecho, los tribunales de justicia, el orden constitucional. 

El ciudadano común es una mosca atrapada bajo un sombrero: no puede escapar; y nadie lo ve, ni le oye.   La mosca sólo podría huir si su propietario delincuente decidiera ponerse el sombrero.   Los gobernantes “sobreviven” en medio de crímenes, violencia o desconcierto.  La población, desalentada y sobrecogida, no “deposita confianza” en los políticos. 

 ¿Cómo puede componerse un desarreglo tan grande?  Todos tienen razón en el diagnóstico.  ¿Cuál sería el tratamiento adecuado?  Estamos compelidos a “buscar un camino en la obscuridad”.  Los nombres de las personas constituyen “indicadores sociales”.  Muchos papas adoptaban  nombres dulces: Bonifacio, Inocencio, Pío, Clemente, Benedicto.  Las familias humildes bautizaban sus hijos: Amado, Bienvenido, Amable o Eugenio, que viene a ser “bien nacido”.  Ya tenemos nombres terribles de “última generación”: Junior Cápsula, Toño Leña, Tirofijo.  Podemos imaginar que en lo futuro las madres prefieran llamar a sus hijos: Veneno, Ácido, Dinamita, Metralleta, Destructor, Comegente.

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