A PLENO PULMÓN
Mujeres y galaxias (2)

A PLENO PULMÓN<BR>Mujeres y galaxias (2)

Hay leyes físicas que atañen a lo infinitamente pequeño, esto es, a la estructura del átomo.  La microfísica es el reino de lo inobservable.  Conocemos algo de ese mundo mediante artificios experimentales, siempre de manera indirecta.  Los astrónomos han formulado leyes acerca del comportamiento de estrellas y planetas.  A este conjunto de saberes se le llama macrofísica o mecánica celeste.  También existe el campo de “las magnitudes medias”.  Lo que ocurre en la tierra es el  ámbito específico de la física clásica, de la mecánica de Newton.   Los físicos, deslumbrados por la idea de unidad, pretenden reducir los tres mundos a uno sólo; deducir una ley general de la que se deriven aplicaciones particulares para cada área de su ciencia. 

 Stephen Hawking explica, en la primera de las conferencias que componen “The Theory of Everything”, que Copérnico supuso que las órbitas de los planetas eran circulares; fue Kepler quien propuso la hipótesis de que los planetas orbitaban elípticamente.  “Una hipótesis más bien desagradable, puesto que las elipses eran claramente menos perfectas que los círculos”.  Este pasaje Hawking lo titula “Ideas sobre el universo”.   Deseaba subrayar que las órbitas reales eran “menos perfectas” que los círculos de la teoría copernicana original.  Pero “encajaban bien con las observaciones”.

 Algo parecido a la “perfección de los círculos” debe ocurrir con la idea de unidad, que incita a los científicos a buscar “teorías generales” que den razón de todo.  Einstein pasó de una teoría “restringida” a una teoría “general” de la relatividad.  La última se considera tan acabada y perfecta como un círculo.  Las leyes de la física aspiran a ser “regularidades” que nos permitan predecir acontecimientos.  Todos los grandes físicos han establecido “constantes”, desde Arquímedes hasta Max Planck. 

 Hace muchos años, mientras trabajaba para la Fundación de Crédito Educativo, tuve oportunidad de asistir a una feria de computación, en Orlando, Florida; exhibían allí instrumentos técnicos para educación; también autómatas para la industria del mueble, máquinas para diagnosticar averías en motores de automóviles.  Pero la “gran pieza” de la feria era el computador en el cual Stephen Hawking había escrito su libro “Una breve historia del tiempo”.  Desde entonces quedé asombrado por el rendimiento intelectual de ese “minusválido” extraordinario.

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