A PLENO PULMON
Mundo de fechorías

A PLENO PULMON<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2013/02/C8765596-58A1-4A52-B37B-0DD3B466F48F.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=212 data-eio-rheight=390><noscript><img
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Donde quiera que usted ponga los ojos podrá encontrar cosas espantosas, perversas, desazonantes, truculentas.  Lo mismo en el campo de la economía que en la política, la religión, los deportes; nada escapa en nuestra época a la acción deformante de las nuevas costumbres.  Que los políticos sean tramposos no sorprende a nadie; tampoco que los hombres de negocios manipulen tasas bancarias, acaparen mercancías o produzcan altibajos en los precios del mercado.  Pero no así que un obispo sea narcotraficante o pervertidor de menores.  Deportistas que no compiten “en buena lid” son hoy noticias frecuentes.  Ciclistas “dopados”, bates de béisbol rellenos de corcho, aparecen en las primeras planas.

 Un resentido social o un desequilibrado mental pueden entrar en una escuela y asesinar a tiros varias docenas de niños.  Ocurre en los Estados Unidos y en Escandinavia.  En el Oriente Medio, terroristas de diversas naciones hacen estallar bombas en lugares públicos y suponen estar al servicio de la divinidad o de “la liberación” de sus respectivos países.  En México es cosa de todos los días encontrar camionetas cargadas de cadáveres.  A menudo los cuerpos están mutilados; las cabezas y miembros se esparcen cerca de las casas de personas que se desea amedrentar. La policía, los gobiernos, son impotentes frente a las bandas de delincuentes en pugna.

Hay países donde el terrorismo tiene poca actividad, en los cuales los “ajustes de cuentas” entre traficantes de drogas son menos “dramáticos”.  En cambio, en esos países los asaltos, robos, desfalcos, tienen en constante desasosiego a los habitantes de las ciudades.  A esto se le llama “falta de seguridad ciudadana”.  Se ha acuñado el “membrete sociológico”, pero no se logra hacer nada para remediar la situación.  Cada cierto tiempo descubrimos que la policía o la DNCD auxilian o encubren a los delincuentes.

 En un mundo entretejido de fechorías transcurre la existencia de millones de seres humanos, aplastados por la impotencia y la resignación.  Antiguamente se decía: ¿Qué podemos hacer para tener un mundo mejor? Había la esperanza de que, a pesar de todo, algo podíamos hacer para mejorar los entuertos de la sociedad; que de alguna manera, al final, podríamos sancionar los culpables.  En algunos países esa débil esperanza ha desaparecido.

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