A PLENO PULMÓN
Mundos indeseables

A PLENO PULMÓN<BR>Mundos indeseables

Cuando los viejos neoyorquinos jubilados leen la historia de cómo vivió y murió Osama bin Laden, sienten escalofríos en la columna vertebral.  ¿Cuántos años pasó dedicado a las actividades terroristas? ¿Cuánto tiempo permaneció escondido en refugios especiales? Militares, espías, guardaespaldas, fanáticos religiosos, asesinos a sueldo, rodeaban continuamente a este hombre, perseguido a través de medio mundo. Según parece, militares que debieron custodiarlo, ocultarlo y protegerlo, lo vendieron a organismos de seguridad de dos o tres países, como si fuese una mercancía en pública subasta.  Afganos, hindúes, paquistaníes, norteamericanos, entran en este drama de traiciones cruzadas.  Es una historia desagradable.

Más desagradable aun fue la espantosa destrucción del “World Trade Center”.  Aviones llenos de pasajeros sirvieron como proyectiles para romper las estructuras que sostenían las famosas “torres gemelas”.  El pobladísimo centro de la isla de Manhattan sufrió una conmoción colosal.  Las víctimas del suceso fueron montones; algunas personas que estaban dentro de los edificios se lanzaron desesperadas al vacío desde los pisos altos.  Este horror pudo ser filmado y difundido por televisión.  Para aquellos que conocieron esa zona antes de la desgracia es muy  doloroso visitar la Iglesia de la Trinidad, la capilla de San Pablo, lugar desde donde actuaron bomberos y socorristas.

El sufrimiento de gentes que perdieron hijos, padres, esposas, hermanos, está impreso en los alrededores de esta pequeña iglesia, contigua a un cementerio holandés del siglo XVII.  Es “lo más natural del mundo” que seres humanos atormentados busquen afanosamente el olvido, la ocasión de apartarse, así  sea por unas cuantas horas, de visiones trágicas o recuerdos desgarradores.  Los sufrimientos mismos “reclaman” el ungüento; para seguir adelante es preciso echar mano de alguna muleta.

Un anciano retirado, nacido en New York, cuenta: “trabajé toda mi vida en esta parte de la ciudad.  Almorzaba todos los días en los alrededores de las torres gemelas.  Mis hijos se encontraban conmigo aquí para ir a comprar útiles escolares, bates de béisbol.  Vengo todas las semanas a beber mi whisky, a saludar los viejos amigos que todavía están activos.  Me basta con satisfacer pequeños antojos: comer platos italianos bien hechos, saborear postres y helados.  Algunas veces entro al cine a ver otra vez antiguas películas de Ava Gardner”.

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