Los franceses desean ser cosmopolitas; pero son franceses antes que europeos, que también son, pues comparten rasgos de una cultura común. Los franceses escuchan música de compositores alemanes o austriacos, leen libros escritos por italianos, ingleses, checos e incluso rusos. La cultura es universal o tiende a serlo. Los alemanes no pueden esquivar a Descartes o a Poincaré porque sean franceses. Pero sus lenguas, sus costumbres, sus cocinas siguen siendo franceses o alemanas. Y condicionan sentimientos y emociones en cada población.
Alemanes y franceses concibieron el propósito de no guerrear más; por eso firmaron el Tratado del Eliseo. También comprendieron que la cuantiosa producción industrial de ambos países ha de venderse en mercados más amplios que los de sus dos países. Conviene, pues, un mercado común y hasta una moneda común. La comunidad económica europea es una obra política hija de buenas razones colocadas por encima de violentas pasiones renovadas durante siglos. Es un edificio tan admirable como frágil.
Franceses y alemanes pelearon en tiempos de Napoleón, en la guerra franco-prusiana de 1870, en la Primera Guerra Mundial, en la que concluyó en 1945. ¿Para qué pelear otra vez? Después de Hitler, Alemania quedó partida territorialmente. Cuando terminó la Guerra Fría, en 1989, el nacionalismo de los alemanes brotó de nuevo. Establecida la Comunidad Económica Europea, la unión monetaria tuvo que esperar hasta que Alemania completara los ajustes económicos de reunificación nacional. Los sentimientos en conexión con la tierra no se apagan fácilmente; menos si se celebra un campeonato mundial de fútbol.
Esas emociones identitarias, de adscripción cultural, aglutinan las voluntades para lo bueno y para lo malo. Nada mejor que un pueblo con proyecto colectivo de vida común, comprometido en una empresa institucional, sea económica o educativa. Convocar para construir es un momento social que bien podría calificarse de epopeya civil. También es fácil llamar a los demonios destructivos, si irresponsables demagogos manipulan los prejuicios comunitarios, las pasiones adormecidas. Un pueblo deseoso de mejorar sus servicios colectivos, o su nivel de vida, debe contar con la pujanza de las fuerzas de identidad nacional. De igual modo, debe controlar la posibilidad de que esas energías salgan de sus cauces ordinarios.