A PLENO PULMÓN
Navegar en pantanos

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Un gran político está obligado a remar en una canoa inestable sobre un lago cenagoso.  En el espeso lodazal de pasiones e intereses por donde discurre la lucha política, la brújula funciona con extrema dificultad. Los engaños, tretas, simulaciones, habituales entre políticos, son capaces de “desorientar” cualquier brújula, de anular la atracción del “polo magnético”.  En esas aguas hediondas de ciénaga, el gran político se orienta por el olfato.  Los malos olores del Norte son distintos de  los malos olores del Oeste.  La nariz de un gran político ha de ser “superior” a la de un perfumista o un cocinero.

 Es más fácil distinguir por sus olores los ingredientes de un guiso, que las substancias arrastradas por una cloaca.  El gran político logra diferenciar los diversos componentes de un albañal; y conducirlos a un adecuado desagüe.  Gobernar es una tarea “grande y gloriosa, penosa y sórdida”, me atreví a escribir una vez.  Exige del estadista sacar lo mejor de lo peor.  La experiencia de “sobrenadar” en los conflictos humanos,  “decanta” en el gran político una “sabiduría procedimental” para separar la paja del grano; y eficaces estrategias para obtener, con los métodos oblicuos de Sancho, los altos objetivos de don Quijote. 

 La escritora belga Marguerite Yourcenar es autora de un famoso libro traducido por Julio Cortázar: “Memorias de Adriano”, una reconstrucción novelesca de la vida de este emperador romano del siglo segundo.  En realidad, es un “tratado” acerca de los dilemas propios del gobernante y una “caracterología” informal del hombre de Estado.  Adriano desempeñó muchas clases de trabajo antes de ser emperador.  La multiplicidad  de “maneras de ver” le ayudó a gobernar el mundo.

 Un capitulo del libro, titulado “Varius Multiplex Multiformis”, describe su relación de trabajo con Trajano, emperador al cual sucedió Adriano; los contrastes entre la vida  del militar y la retórica típica del Senado.  Adriano “aprendió” a ser emperador redactando los discursos de Trajano.  Los grandes políticos son flexibles; se acomodan ante acontecimientos desagradables: “tan pronto un objeto me repugnaba, lo convertía en un tema de estudio”, nos dice Adriano; también se adaptan a nuevos colaboradores: “los adversarios incorporados a mi política cenaron en el Palatino con los amigos de los tiempos difíciles”.

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