No comas ciempiés en el desayuno. Era una recomendación de cierto profesor universitario, ya fallecido, cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no deseo escribir en este momento. Explicaba ese extraordinario catedrático que en Santo Domingo los políticos averiguaban, desde muy temprano, pormenores escabrosos acerca de la vida de otros políticos.
Para defenderse en medio de una selva llena de insectos ponzoñosos necesitan saber las costumbres de escorpiones, cacatas y ciempiés. Nos decía: por ejemplo, si Trujillo preguntara ¿Es cierto que el licenciado fulano de tal bebe ron todos los días? Tendrías que saber sobre dicho sujeto algo peor que beber ron, a fin de incrementar la furia de el jefe si se tratara de un hombre malvado; y así contribuirías a la eliminación de un escollo social.
En cambio, si fuera un hombre útil y bueno lo conveniente sería contar al jefe una historia ridícula que le hiciera reír y le inclinara a perdonar al incriminado. El problema es que conocer chismes sobre la vida privada de los funcionarios puede ser indigesto para el colector. Insistía en que las intimidades que a veces salen a relucir en el periódico, abarcan malversaciones de fondos, aberraciones sexuales, adulterios, crímenes, traiciones, problemas familiares y de salud.
Tener en la cabeza estas cosas terribles produce insomnio, descompostura estomacal, desasosiego; no es como saber geometría o la lengua inglesa. Son saberes, es verdad; pero son sabidurías tóxicas que hacen daño a los portadores. Estos asuntos desagradables, feos, desazonantes, son inevitables. Hay problemas inseparables del alma humana, en cualquier tiempo. El profesor, con las cejas levantadas y aspecto conturbado, dijo un día: a mi buen amigo y compadre X le han detectado úlceras estomacales. Ojalá pueda curarse completamente.
Él desayuna todos los días con un espía que le pone al tanto de la vida oculta de una docena de personas. Mientras toma el café oye toda clase de truculencias. Si el pan está muy tostado mi compadre tose o vomita. Sacrifica la digestión del desayuno para estar informado de cosas que solamente deben conocer los jefes de policía, algunos psiquiatras. Nadie está obligado a desayunar pan con alacranes y ciempiés. Es preferible dormir varias horas después de escuchar historias de tipo infeccioso.