El Listín Diario ha difundido ayer la noticia del asesinato de dos delincuentes. Uno de ellos tenía 36 fichas policiales; del otro encontraron 18 expedientes procesales. Murieron acribillados a balazos dentro de una yipeta con placa robada. Más de 20 impactos de bala recibió el vehículo en el que corrían los delincuentes por la avenida Las Américas. Según narra un testigo, las víctimas fueron perseguidas por un carro y otra yipeta, desde los cuales se hicieron muchísimos disparos. Todo ocurrió a las 11:00 de la mañana. Al morir los ocupantes de la yipeta, ésta se estrelló contra una camioneta cargada de frutas; los dos ocupantes de la camioneta fallecieron. Tenían 30 y 34 años de edad.
El periódico El Día publicó ayer un editorial acerca de la infiltración de narcotraficantes en todos los estamentos de la vida dominicana: las Fuerzas Armadas, la policía, la judicatura, la industria, el comercio, las entidades financieras. El editorial, escrito a raíz del apresamiento de un dominicano solicitado en extradición que, además, participaba en actividades políticas, se titula La infiltración supera la política. El temor de que el dinero sucio esté presente en las campañas electorales produce preocupación, ansiedad. El editorial concluye en que la sociedad en su conjunto ya ha sido infiltrada por el narcotráfico. Por tanto, desborda lo meramente político.
Utilizo dos periódicos, la reseña de un suceso noticioso, una opinión editorial, para mostrar la enrarecida atmósfera social que respiramos hoy en la República Dominicana. Hay que añadir que situaciones muy parecidas existen en otros países de América, Europa y Asia. No se trata de algo exclusivo, que nos haya tocado por mala suerte. Hay muchas voces que claman por despenalizar el consumo de drogas. Ese es el punto de vista del escritor Mario Vargas Llosa.
El adicto es un enfermo; el narcotraficante, en cambio, es un hombre de negocios que se enriquece rápidamente por dos razones: el adicto requiere su droga perentoriamente; la comercialización está prohibida. Ambas cosas elevan el valor de los narcóticos y las ganancias del traficante. El adicto comete fechorías para conseguir dinero con qué comprar drogas carísimas; el traficante usa el dinero -que gana a montones- para corromper las instituciones políticas y sociales.