A pleno pulmón
Novela a cuentagotas

A pleno pulmón<BR>Novela a cuentagotas

–Padre: le traigo a un hombre con quien he topado en la puerta de la casa de Edelmira; es un corredor de bienes raíces que quiere saber de los escritos en que estaba trabajando nuestro amigo Arnulfo.  ¿Podría recibirlo? –Sí, lo recibiré; pero debe esperar unos minutos en lo que ayudo a una señora en apuros.  Dígale que se siente en la sacristía.  –Señor Tizol, el padre Servando lo recibirá enseguida, puede sentarse. –Gracias, Pirulo, esperaré tranquilo.  –Lo dejo, pues debo ir a comprar barras de soldadura.  Miré a mi alrededor; los muebles eran de caoba pulida, sin molduras ni adornos; en el fondo del salón había un letrero: “Ayudantía general”.

 A los diez minutos entró el cura; llevaba unos “bluejeans” deslustrados y zapatos de “tennis”.  Sin duda era el cura, pues usaba alzacuello.  Su cara angulosa, las cejas espesas, la rapidez de sus pasos, me hicieron sentir bien.  –Dígame usted; ¿va a comprar la casa de Arnulfo y Edelmira? –No, padre, la comprará la compañía para la que trabajo; visité la viuda para saber el precio que pedía por la casa –anunciaba la venta pero el aviso no decía precio ni indicaba teléfono–.  Ella me dijo que cuando vendiera la casa dejaría de regalo al nuevo propietario los papeles del marido.   Parecía muy disgustada con el muerto. 

 –¡Estas cosas me ponen de mal humor! dijo con disgusto.  Perdóneme la exclamación; le aseguro que no es por usted que lo digo.  Es que el cura de un barrio como éste llega a saber cosas de la vida privada de todos los vecinos.  Hay personas que vienen al mundo a hacer maldades, a crear sufrimientos a otros.   Los curas nos dedicamos a remendar las vidas de los que sufren, a poner muletas a las cojeras del alma.

 –¿Usted habrá oído hablar de la teología dogmática, de teología de la liberación? Yo ejerzo la teología práctica de mi abuelo Zenobio, que no sabia latín y nunca leyó a Santo Tomás.  Ayudar a otros saca del egoísmo y de la codicia fatal que nos empuja hacia el mal.  Los padres salen del egoísmo porque aman a los hijos.  ¡La Barbosa quiere la casa! Tendré que contarselo todo.

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